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Los demógrafos de este país acaban de hacer un pronóstico de cómo será nuestra sociedad en quince años. Siempre decimos que nadie puede vaticinar el futuro porque hay millones de variables con las que no contamos. Sin embargo, tomando como referencia el pasado inmediato y el presente, dicen que en 2039 un tercio de los hogares españoles serán unipersonales. Lo achacan, claro, al envejecimiento de la población y, teniendo en cuenta que las mujeres son más longevas que los hombres, creen que la mayoría de esas casas solitarias estarán habitadas por señoras mayores. Habrá, por cierto, tres veces más centenarios que ahora. Son conclusiones obvias viendo el panorama actual, pero creo que hay parámetros que no se tienen en cuenta y que definirán en gran medida el futuro de nuestro entorno. Uno de ellos es el fin del amor romántico. Puede sonar a chiste, pero es una tendencia galopante que creo que en pocos años se convertirá en paradigma. Ya está ocurriendo en algunos países, donde las mujeres han dejado de creer en príncipes azules y han decidido apostar su fuerza, tiempo y talento al mundo laboral y al progreso personal. No quieren convivir con un hombre y tampoco quieren tener hijos. Quizá en España, por nuestro temperamento visceral, tardemos más en adoptar estas creencias, pero apuesto por ello. En ese caso es obvio que los hogares unipersonales serán más y no solo con ancianos y la natalidad se irá al garete. Las autoridades confían en la inmigración para repoblar el país, pero ¿alguien cree que las mujeres extranjeras serán diferentes a nosotras en una o dos generaciones? Hasta ahora ha sido la religión –cualquiera de ellas– la que nos ha condenado al papel de esposas y madres, pero ¿mañana?