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L legó el presidente Milei a Madrid, para recibir una medalla del gobierno regional, protegido por los servicios de seguridad del Estado. Un Estado con un gobierno legítimo liderado por un presidente al que el ‘invitado’ insulta y descalifica sin cesar. Esa delirante deriva, formulada por un personaje histriónico al que se suma la presidenta de la comunidad de Madrid, lanza acusaciones sin prueba alguna sobre representantes democráticos del país que le acoge. Los exabruptos suponen la intromisión torticera en asuntos sobre los que el mandatario argentino opina sin criterio veraz alguno: a partir de falsedades y, sobre todo, desde una enorme prevención ideológica. En el terreno de la economía los disparates se multiplican por boca de Milei, un acendrado defensor de los preceptos de un liberalismo económico que no tiene nada que ver, absolutamente nada que ver, con la doctrina que los teóricos de esa escuela económica de pensamiento acuñaron hace ya más de doscientos años. Debería haber estudiado más la carrera académica de la que presume.

Su enfoque central se concentra en dos premisas elementales: el ataque al Estado, considerado una rémora para el desempeño de la economía; y la necesidad de una liberalización urbi et orbe, en todas las direcciones, incluyéndose, incluso, las calles. Estas, dice Milei, deben ser privatizadas, y que sea el mercado la institución que regule su funcionamiento, sus derechos, sus cometidos. Frente al Estado, el dirigente propugna que es mucho mejor la Mafia: así lo espetó en una reciente entrevista, argumentando que ese colectivo tiene reglas y normas. La presunción de que el Estado no las tiene pulula en tal aseveración. Y, por consiguiente, urgen políticas radicales, extremas, de liberalizar todos los mercados, bajo el axioma de que sea el teóricamente más capaz, más fuerte el que se haga con los negocios, con los objetivos. Con todo.

El discurso ha calado en el conservadurismo español, encabezado por Díaz Ayuso, que se ha erigido en la representante más genuina de la ultraderecha. En política económica, las tendencias de privatización de servicios esenciales componen un claro frontispicio de lo que se está desarrollando en la comunidad de Madrid: la entrada de ese mercado, sin apenas cortapisas, en el sector sanitario, en el educativo, en las infraestructuras, en todo aquello que, curiosamente, pueda suponer un beneficio privado desde el sector público. Existen ya indicadores económicos preocupantes en la autonomía de Madrid, desde la degradación de los servicios públicos –tensiones importantes en sanidad y educación–, hasta las subidas de precios de los alquileres, la paralización en la construcción de viviendas sociales o las bajadas de impuestos a las franjas más poderosas de la población. Sorprende la limitada respuesta social, que sí se está produciendo en Argentina. Aquí, debemos seguir atentos a los resultados de esta acentuación liberal sin contrapesos. De entrada: miles de despidos de personal educativo, sanitario y de servicios esenciales, reducción drástica de la inversión y de las ayudas a los más vulnerables, y una inflación interanual de tres dígitos. Para pensar.