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La mayor parte de los medios de comunicación de todo el mundo, y por supuesto también de España, titulaba el lunes pasado que Francia consiguió parar a la ultraderecha en las elecciones cuya segunda vuelta había tenido lugar el día anterior. En efecto, aunque en la primera votación Agrupación Nacional, el partido ultraderechista de Marine Le Pen, había sido el más votado, al final quedó tercero, al menos en número de escaños en la Asamblea.

El resultado final pone en primer lugar al Nuevo Frente Popular de izquierdas, con 182 escaños, seguido por el partido de Macron, con 168, y tercero Agrupación Nacional, de Le Pen, con 143. Hay otros partidos con participaciones menores. (Puede que haya habido algún cambio en estos números, pero sin importancia a nuestros efectos.)

En votos, sin embargo, el panorama es muy diferente: el partido de Le Pen obtuvo el 37,1 por ciento de los sufragios; Ensemble, de Macron, el 24,7 y el Nuevo Frente Popular de izquierdas, el 26,3 por ciento. Observen las distancias entre el porcentaje de votos y el porcentaje de escaños en la Asamblea: Le Pen, 37 contra 24,6; Macron, 24,5 contra 28 y, finalmente, el Nuevo Frente Popular, 26 contra 32,6. Es decir que Le Pen, con el 37 por ciento de los votos tiene el 24 por ciento de la representación mientras que la izquierda con el 26 consigue más del 32.

Se trata de un fenómeno exactamente contrario al que tuvo lugar en Gran Bretaña, donde el Laborismo ha conseguido una representación abrumadora en la Cámara de los Comunes con apenas un punto más de cuota electoral que hace cinco años, mientras que los tories y Reform, el partido ultraconservador, se quedan con una presencia mínima aunque tienen el 20 y el 14 por ciento de votos. En Francia, con el 37, terceros en escaños, en Gran Bretaña, con el 35 por ciento, mayoría apabullante.

Desde luego, el sistema electoral era así antes de estas elecciones y no hubo cambios para intentar evitar que la derecha llegara al poder. Sin embargo, desde el punto de vista democrático, yo no sé si es para sentirse orgullosos del resultado. ¿Es aceptable que una fuerza política de estas dimensiones, que lleva décadas y décadas en la oposición, siga viendo cómo queda excluida del poder de esta forma?

Precisamente hoy escuchaba a un político decir lo importante que es que las visiones diferentes se encaucen dentro del sistema, para evitar que aparezcan disrupciones alocadas por fuera de las instituciones, que siempre son imprevisibles y de consecuencias incontrolables. Yo creo que lo que ha ocurrido en Francia puede ser visto como una exclusión del partido que es inequívocamente el más popular. Que la propia Comisión Europea manifieste su satisfacción porque se ha logrado parar a Le Pen tampoco habla en positivo de nuestras democracias, donde los votantes de este partido creo que pueden pensar sin exagerar que dentro del sistema no tienen cabida.

Hay un dato adicional a tener presente en este análisis: Italia, donde Meloni llegó, accedió al poder y todo el mundo ha visto que no ha ocurrido nada que resulte sorprendente o llamativo. Es verdad que algunos puntos del programa electoral de Le Pen eran inquietantes, pero también lo son muchos de los postulados de Jean Luc Mélenchon, de quien nadie pide su exclusión del sistema.

No tengo nada claro que una democracia pueda considerarse verdaderamente tal cosa si quien consigue los votos que consiguió Le Pen ha de ver que gobiernan los que han quedado a más de diez puntos por detrás y, encima, a la greña, porque Macron no va de Mélenchon. Tampoco tengo nada claro que lo que ha ocurrido en Francia vaya a parar la oleada derechista en Europa. Incluso más bien me parece una invitación a su auge. Me atrevería a pensar que en las siguientes elecciones el porcentaje de votos de la ultraderecha puede ser aún más elevado.

Podría ser que el partido de Le Pen defienda postulados inadmisibles en una democracia. Hay quien posiblemente lo piense. Si eso fuera así, es el sistema judicial francés el que tiene que actuar, porque una democracia se ha de defender de quienes la quieren destruir desde dentro. Pero si eso no ocurre, y no ocurre porque el partido de Le Pen ya lleva décadas y décadas en la escena, entonces un demócrata tiene que dejarle competir sin trucos. No se es demócrata sólo si ganan los míos, desde luego.

Europa se inclina rápidamente a la ultraderecha, lo cual, pienso, en parte es porque muchos postulados actuales de los partidos hegemónicos son fantasmadas que hemos de tragar porque han creado un mecanismo de exclusión mediante el cual no todas las ideas se pueden defender públicamente. Por ejemplo, la ausencia de verdadera democracia en Bruselas, donde la burocracia ha conseguido vivir ajena al escrutinio de los ciudadanos o la pusilanimidad respecto de la inmigración ilegal, que en muchos casos ha desnaturalizado barrios y ciudades europeas sin que los gobernantes permitan siquiera hablar del tema, so pena de ser anatematizado.

Hace ya algunas décadas que no sólo el declive económico, sino también la degradación de los valores merece una reflexión serena y sin apriorismos que es evitada por los actuales actores políticos, convirtiéndose ellos mismos en los que deciden la agenda, en los que manipulan la democracia y la esfera pública en beneficio de lo que les conviene. No exactamente lo que uno esperaría en una democracia auténtica. A más tarden en abrir las puertas al debate, más crispado será este cuando un día se produzca.