TW
6

Hace ahora veintiséis años, el 15 de julio de 1998, el Gobierno de José María Aznar ordenó el cierre del diario vasco Egin, amparado por la Audiencia Nacional. La policía entró en la sede del rotativo y dio carpetazo a más de veinte años de información y servicio. Años después el Tribunal Supremo reconoció que el asalto fue ilegal. Pero el daño ya estaba hecho. Miles de suscriptores y lectores vascos perdieron su principal fuente de información. Porque al señor Aznar y sus secuaces les molestaba que hubiera periodistas y articulistas que hacían su trabajo desde la ideología abertzale. Ha llovido mucho desde entones y el universo digital no ha dejado de crecer, convirtiéndose en un monstruo. Los medios de comunicación proliferan desde cualquier chiringuito y, aunque todos sabemos de qué pie cojean, la derecha acoge ahora como propia la cruzada por la libertad de expresión. Seamos sinceros, el periodismo murió hace mucho. En el momento en que los ciudadanos pensaron que resultaba demasiado caro pagar un par de euros al día por gozar del privilegio de estar bien informados. Prefirieron dedicar esas monedas a comprar una cerveza y mirar el fútbol tranquilamente en el bar. Las tertulias políticas, ideológicas, incluso religiosas o filosóficas, han pasado a la historia. A nadie le importan. Solo se habla –a gritos y con insultos por medio– a base de consignas, proclamas y frases hechas. Lo vemos también en el Congreso de los Diputados, donde nunca se expone una idea, un proyecto, un planteamiento capaz de reconducir este país. Pedro Sánchez hará lo que quiera con la pseudoprensa, cuando gobiernen los otros lo derogarán, pero lo preocupante es que a nadie le interesará ya estar informado.