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Eentro de las limitaciones que se imponen en el caso, debo declarar que prefiero a Illa como president de la Generalitat que a cualquiera de sus predecesores, Tarradellas excluido. Y me declaro, en lo que cabe, ‘vigilantemente satisfecho’ con lo ocurrido en la agitada investidura del exministro de Sanidad. Primero, porque la victoria de Illa supone una quiebra para el independentismo. Para nada comulgo con quienes piensan que el nuevo president de la Generalitat es una especie de pseudo independentista que estará siempre sujeto a las garras de Esquerra Republicana de Catalunya. No lo creo, entre otras cosas porque a ERC no le quedan ya garras, casi ni siquiera uñas. Segundo, porque el pacto nefando entre PSC y ERC para investir a Illa nunca podría llevarse a la práctica, porque rezuma inconstitucionalidad e inequidad por todas partes. Y esto lo saben tanto en el PSOE y en el PSC y en el Gobierno central, como en ERC y en el Govern decaído. ¿Por qué, pues, suscribieron ambos este pacto? Quiero creer que para ‘normalizar’ el clima en Cataluña. Tercero, porque Puigdemont ha pasado a la condición de payaso de circo. Y los payasos pueden hacer reír o llorar, pero nunca vuelven a la política. Cuarto, porque creo tener pruebas razonables de que la charlotada de Puigdemont para nada fue, contra lo que aún dicen algunos comentaristas especialmente ‘suspicaces’, fruto de un pacto secreto entre el inquilino de La Moncloa y el fuguista expresident de la Generalitat. Ni los más cafeteros en Junts entienden la razón por la que Puigdemont escenificó su saga-fuga, permitiendo la investidura de Illa –que ya estaba, por lo demás, garantizada– y cubriéndose de ridículo.