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Acabo de leer un comentario de Jonathan Sacks que ha iluminado algunas zonas oscuras de mi entendimiento. Habla del esplendor y posterior decadencia de las naciones y de sus causas. La historia está llena de ejemplos de naciones que se elevaron muy por encima de las otras, que se hicieron fuertes precisamente al ver amenazada su supervivencia, saliendo aun más poderosas del desafío. Pero la crisis les esperaba a todas y -si nos referimos al mundo antiguo- casi ninguna de ellas sobrevivió. «La piedra de toque de una nación -escribió Sacks- es la de ser capaces de superar los tiempos de aflicción a través de la cohesión social». Por el contrario, las derrotas definitivas devienen siempre de la abundancia y el confort. La falta de una conciencia colectiva nacional y de proyectos compartidos rompen la cohesión y sin ella no es posible la supervivencia.

Gianbattista Vico, filósofo y político italiano, escribió que la gente entiende de buenas a primeras la necesidad; luego toma conciencia de lo útil para, al final, rendirse al confort. «Así derrocha sus bienes en una escalada de locura que es el prólogo de la decadencia». Ocurrió en la Grecia antigua y en la Italia renacentista: al desaparecer las restricciones morales, las tradiciones pasaron a ser contempladas como fruto de la superstición.

Muchos grandes hombres -sigo con el razonamiento de Sacks- como Kant, Hume o Jeremy Benthan comprendieron que la salud moral de una sociedad depende de los fundamentos éticos. Solo uno, sin embargo, y en la actualidad más remota, dio con la clave para conjurar el peligro de la decadencia nacional: Moisés. El judaísmo parte de la base de que el guardián de la conciencia es la memoria. Recordar y no olvidar es la base sobre la que se sustenta la pervivencia del pueblo judío a través de casi 6000 años. Solo en Israel, y en ningún otro lugar del mundo actual, se transmite la idea del imperativo religioso como piedra angular de un pueblo.

Parece ser que en Occidente hemos olvidado esta premisa básica: la política de las sociedades libres depende de la transmisión de la memoria. Solo el sentido del bagaje de lo que fuimos, de aquello que nos fue transmitido a través de las generaciones, nutre la pervivencia e ilumina el camino del futuro. Los signos de decadencia del mundo occidental -Estados Unidos y la Unión Europea a renglón seguido- son la luz roja que nos advierte de la inminencia del abismo.