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La nueva modalidad de contrato para mantener relaciones sexuales de los futbolistas de élite más bien parece redactado para dar manga ancha a posibles pasadas de tono, abusos y actuaciones con resultado de lesiones, etc. Me refiero al apartado de la violación accidental, que produce la impresión de que llegar a eso fuese como patinar en la calle y caerse de morros. Patino y se me cuela dentro sin querer. Tampoco me cabe en la cabeza que haya chicas que lo firmen. Porque, ¿cuándo un rematador de saques de esquina saca a relucir este documento? ¿En el pub, la discoteca, el Uber, durante los postres en un restaurante de mil tenedores o al abandonar el césped tras la disputa de un partido, repleto de sudor y barro y quejándose del arbitro? En frío sería reducido a una mera transacción, pero cuando la cosa se pone caliente me parece descontextualizado decir: un momento, por favor, dejémonos de besos apasionados, lee este papel y firma en el casillero destinado a la cuestión. ¿Ya? Pues por dónde íbamos. No sé cuánta validez puede tener este sucio y vil papelote seguramente redactado por los abogados de un club de fútbol que pretende transparencia, y sólo añade más turbierdad al tema, frente a una denuncia por agresión, ni tampoco me apasiona la idea de que se compruebe, pero lo que está claro es que sólo aquel que calibra que puede llevar a cabo una agresión de esta índole es capaz de prestarse a ello. No me cuela la teoría mil veces manida de las supuestas denuncias falsas que no llegan ni al 0,1 %. Si dos personas o más se van a la cama por iniciativa propia sencillamente sobran papeles, plumas estilográficas y ropa. Y convertir una escena placentera en algo documentado pues parece propio de la inteligencia artificial o de la ausencia de inteligencia de estos futbolistas que no dejan de pegar patadas a la pelota y al diccionario, porque la cuestión es ir a puntapiés por la vida.