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Días atrás había respondido a una de esas llamadas aleatorias para una encuesta. Le preguntaban, entre otras cuestiones, sobre el cambio climático y la conveniencia de tomar medidas para hacerle frente. También tuvo que valorar, entre cero y diez (cero era «totalmente en desacuerdo», y diez «muy de acuerdo») esas opiniones según las cuáles las amenazas sobre el cambio climático responden a una estrategia de las elites con el compromiso de imponer algo llamado Agenda 2030. Tras responder a todas las preguntas de la encuesta, y de dejar constancia de su compromiso con cualquier acción para combatir el cambio climático, se fue a dormir. Unos días después, en un soleado festivo de octubre, salió a tomar un vermú sin que ocurriese decir otra cosa que «qué buen tiempo hace». Se sentó en una concurrida terraza y se le acercaron dos personas que se identificaron como periodistas. Le preguntaban que le parecía ese día. Y dijo que era un día muy agradable dado la época del año. La mayoría de la gente iba de manga corta y era muy agradable esa jornada. Es un buen sitio para vivir, se dijo. Confío en que, al día siguiente, se mantuviera el buen tiempo. Esperaba, incluso, llevar a la playa a unas amistades que llegaban de viaje al día siguiente. No lejos de allí dos personas hablaban de inmigración. Una le decía a la otra que no era su caso, sabía de gente muy pero que muy preocupada por el hecho de que había inmigrantes con más ventajas que él solo por el hecho de serlo. Y que obtenían trabajo y casa antes. «No es mi caso, eso personalmente no me causa ninguna preocupación pero he oído que así ocurre», precisaba. No era su caso ni conocía a nadie pero sí, eso sucedía. No nos vamos a pelear por eso. Hay sitio para todos. Y se fueron tan campantes. Se puede no ser facha y ser amigo y reírse con fachas. ¿O no? Todo es tan contradictorio.