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La despertarà el vent/d’un cop als finestrons/ és tan llarg i ample el llit/

i són freds els llençols» (…) Cada vez que visito a nuestra tieta escucho mentalmente esta canción de J.M. Serrat. Poesía pura. Nuestra tieta tiene casi cien años; pertenece a una estirpe de longevos; su hermano mayor murió a los ciento cuatro. Es evidente su larga vida, vivida en una época nada fácil. Trabajó duro; fue algo común a su generación. Primero fue camarera de piso, ‘kelly’ y después gobernanta en un hotel de la ciudad. Sobrevive con una pensión de jubilación y una ayuda a la dependencia. Apenas el salario mínimo interprofesional, que el Gobierno obliga a pagar a los empresarios y que sin embargo no siempre paga a los jubilados. Durante su época activa, siguiendo los consejos de sus padres y con los sacrificios que son de suponer, ahorró algo de dinero para cuando fuera mayor. Algo que ha devenido insignificante. Pues en la medida que se le alargó la vida se le mermaron los ingresos. ¡Maldita inflación! Tributo que se cobra a los pobres sigilosamente. Menos mal que con las necesarias privaciones pudo adquirir una vivienda. Ni que decir tiene que sencilla y austera, de las subvencionadas o protegidas de entonces. Pero una vivienda, al fin y al cabo, que le ha otorgado dignidad y seguridad. Y le permite vivir en su casa de toda la vida y no tener que pensar en una residencia de mayores; que además del impacto emocional que ello implica, tiene un coste que solo las pensiones más elevadas del sistema pueden sufragar. ¿Qué hay residencias públicas con un coste variable, proporcional a los ingresos, cualesquiera sean estos? Teóricamente sí. Pero no hay suficientes para atender la demanda. En lo referente a residencias solo hay alguna plaza en las más caras, inasumibles por la mayoría. Y en cuanto a las públicas, hay listas de espera que priman a quienes no tienen nada y nuestra tieta tiene un pisito; lo que no conviene tengan los solicitantes de plaza si quieren tener preferencia a la hora de otorgarse aquellas. Tener algo, no importa que sea conseguido con esfuerzo, resulta perjudicial ante el Estado. Está visto que ya vamos adelante por el camino de no tener nada a fin de que nos acoja el sistema y para que el Estado llamado de bienestar, pueda hacernos felices… De oficio, claro.

«Com ha passat el temps! Com han volat els anys! Com somnis de jovent pels carres s’han perdut!...».