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En la fiesta anual de la patronal la presidenta del Govern, Marga Prohens, pronunció un discurso plagado de alabanzas a los empresarios. Lógico, si estaba en su casa y era la invitada de honor. Pero sus palabras, oídas desde fuera, resultaban pelín forzadas. Quizá esta señora ha tenido la fortuna de toparse con empleadores que la han mimado como a una reina y, antes de pedirlos, le han concedido todos sus derechos laborales. Ah, no, espera, que ella no ha currado en su vida. O solo un poquito, porque en la política se vive mejor. La mayoría estamos acostumbrados a ver a los propietarios de los medios de producción, sea un modesto bar o una gran industria, ajustar siempre al máximo aquello que se le da al obrero, porque es la parte fácil a la hora de recortar. Pocos son -somos- capaces de negociar el precio del alquiler, del suministro de gas y electricidad, de los intereses de los préstamos, de la carga impositiva. Todo eso nos viene impuesto y el único resquicio de donde reducir gastos es el personal. Es comprensible, pero también es miserable. Decía Prohens que es el empresariado el que garantiza el estado del bienestar. Lo siento, se me escapó la risa tonta. Porque si la ministra de Trabajo, esa a la que tanto odian, no hubiera subido el salario mínimo, ellos jamás habrían tenido la decencia de elevarlo por su cuenta. Si las bajas por maternidad o cualquier medida a favor de la conciliación no fueran impuestas por ley, ellos nos tendrían currando al día siguiente del parto. Y así hasta el infinito. Si se te muere un hijo y te corresponden dos días de ausencia, ¡por favor! El que cuiden y se preocupen de su entorno y del futuro de su tierra, eso ya es un auténtico chiste malo.