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A estas alturas, todavía debe haber mucha gente en países democráticamente defectuosos, aunque no tan defectuosos como Estado Unidos, que no se pueden creer que Donald Trump, delincuente internacional que cuando era presidente intentó anular los resultado electorales y lideró un violento asalto al Capitolio con varios muertos, haya ganado cómodamente las elecciones presidenciales y esté de vuelta en la Casa Blanca. No les cabe en la cabeza. Yo sí me lo creo, y hasta puedo asegurar que me lo figuraba dese hace tiempo con un 83% de posibilidades y un margen de error despreciable del 0,1%. Considerando que en cuatro largos años ni siquiera había sido inhabilitado por sus delitos, que todo el mundo vio por televisión en directo, y repetidos mil veces en diferido, cualquier cosa parecía factible. Lo que yo no lograba creerme es que un sujeto con tal historial delictivo, y sin tener en cuenta sus políticas, su ideología extremista o sus mentiras, pudiera presentarse tan campante a unas elecciones presidenciales antes de ser juzgado. ¡Después de cuatro años! Y aquí hablamos de justicia lenta. Hasta que el Tribunal Supremo de EE UU (eso es un Supremo supremacista, y no el nuestro) le otorgó inmunidad total para sus actos, momento en el que supe, con ese 0.1% de margen de error, que ganaría con la gorra. Lo increíble es que pudiera presentarse legalmente, no que haya ganado. Y luego, aunque se habló mucho de la dureza y agresividad de la campaña, lo cierto es que la sonriente Kamala Harris apenas hizo referencia, siquiera de pasada, a ese asalto del Capitolio y la negativa de su rival a aceptar la derrota. Como si fuesen travesuras infantiles. ¡Discutía de política, economía o aborto con un delincuente! Nunca dijo, por ejemplo, «No me puedo creer que tenga que enfrentarme a un asaltante del templo de la soberanía popular». En cualquier país democrático del mundo, incluso defectuoso, sus posibles rivales electorales se lo habrían repetido mil veces al día. Y nada más. No dirían otra cosa. Así que cómo no me voy a creer que triunfase calle, si ya había hecho lo imposible. Estar ahí, libre como los pájaros, presentarse candidato. Más vale que se lo empiecen a creer.