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Su padre era un sombrerero holandés, de ahí quizás su posterior afición por los caballeros de sombrero de copa. Margarethe Zelle nació en 1876 en Holanda, aunque ha pasado a la posteridad por su sobrenombre: Mata Hari. En los años de la belle époque se convirtió en una celebridad en París y, después, en las principales capitales europeas. Era moderna, desenfrenada y le traía sin cuidado lo que decían de ella. Fue la inventora del striptease como forma de danza y los señores caían rendidos a sus pies, casi fulminados. El estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1914, la pilló actuando en Berlín, donde en esos momento era la amante del jefe de policía. Supuestamente espiaba para los franceses, pero otros historiadores apuntan a que era una agente doble. O triple, que como contorsionista no tenía rival. En Madrid, conoció al agregado militar Arnold Von Kalle, que también se enamoró locamente de ella. Fue precisamente un telegrama a Berlín de aquel oficial el que hundió a la bailarina. Los franceses lo interceptaron y descubrieron que H21 era el nombre en clave de Mata Hari. Margarethe confesó, aunque intuimos que los carceleros no le ofrecieron queso roquefort para que cantara, así que la tortura igual tuvo algo que ver. El 15 de octubre de 1917 fue fusilada. Mata Hari llegó maquillada y arreglada, como siempre, y pidió que no le taparan los ojos. Nadie reclamó su cadáver, que acabó donado a la ciencia, para clases de medicina, con su cabeza expuesta en un museo. Pero para una espía de su categoría era un final insulso, así que alguien la robó. Apostamos a que fue su último admirador.