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No aceptaré directriz política ninguna», «No voy a aceptar órdenes políticas ni partidistas», «Soy un soldado, no un político». Quien así se expresa es el flamante nuevo vicepresidente para la Reconstrucción de la Comunitat Valenciana, teniente general Francisco José Gan Pampols, quien se acompañará de otro militar, el general de brigada Venancio Aguado. De entrada, suena inquietante. No se recuerdan militares en gobiernos desde Gutiérrez Mellado, e incluso los ministros de Defensa han sido desde entonces invariablemente civiles. Este señor no es ingeniero ni arquitecto. ¿No había nadie capacitado entre todos los civiles? ¿Acaso los urbanistas organizan batallones y dirigen batallas?

El teniente general desdeña la política pero firmó un manifiesto contra la ley de Amnistía y es miembro del Círculo Cívico de Opinión. Recuerda poderosamente aquel dicho de «Haga como yo, no se meta en política», atribuido a cierto dictador español. Esperemos que, tras los jueces haciendo política y este golpe de efecto del PP, no se ponga de moda este tipo de fetiche (que es lo que es, además de un guiño a ciertos votantes): militares con cargo político y regreso de la nostalgia militarista. Resulta una ensoñación muy habitual de la derecha y extrema derecha creer que los militares, por alguna extraña razón (¿jerarquía?, ¿obediencia ciega?, ¿mano dura? ¿supresión del debate?), son más eficaces y resolutivos. Pero esa consentida negativa a obedecer y a rendir cuentas parece apuntar más bien al tanteo de un ejercicio antidemocrático, tan de moda en estos tiempos convulsos, a una señal de futuro, tal vez ensayando los autoritarismos a lo Trump-Putin-Netanyahu-Meloni-Orbán.

El señor Gan cobra de lo público y administrará muchos millones públicos. Si no va a aceptar órdenes ni directrices políticas, debería ser cesado inmediatamente, antes de tomar el cargo. Ningún gobernante está ni puede estar exento del control democrático, constitucional y popular. Atacar la política es la peor forma posible de hacer política, porque denigra una actividad no sólo noble, sino imprescindible para la convivencia. Del desprestigio de la política democrática sólo nace, de forma ineludible, la dictadura.