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En los años noventa, Mallorca ya era un destino turístico de primer orden mundial. Recibíamos a millones de visitantes cada verano para disfrutar principalmente de nuestras playas y de uno de los paisajes más bellos del Mediterráneo. En aquella década se acometió la ampliación de una de las infraestructuras más importantes de la isla, el aeropuerto de Son Sant Joan. Sin aquella mejora sería difícil imaginar el crecimiento económico experimentado por Baleares a comienzos del siglo XXI. Pues bien, es de justicia recordar que en aquellos años se acometieron otras inversiones estratégicas sin las cuales no hubiera sido posible un desarrollo que ofreció empleo y bienestar a una sociedad cuya escasa industria comenzaba a sufrir por efecto de la deslocalización.

Se cumplen treinta años del inicio de las obras para comenzar a crear un sistema público de tratamiento de residuos que se adelantó décadas a las vigentes directivas europeas en favor de una economía circular, poniendo las bases para que hoy sigamos teniendo un modelo eficiente y referente en el que se miran no sólo el resto de regiones españolas sino muchas internacionales. Hasta entonces, los municipios de Mallorca mantenían operativos decenas de vertederos, muchos de ellos incontrolados, que causaban graves problemas ambientales en un territorio tan limitado y vulnerable como el nuestro. Gracias al consenso político dentro del Govern balear, como del Consell de Mallorca, y con una visión a largo plazo, Mallorca alcanzó el objetivo de vertido cero en 2010, convirtiéndose en uno de los primeros territorios europeos en lograrlo.

No fue fácil el camino en sus inicios. Se tomaron decisiones valientes para desarrollar un sistema robusto que fuera capaz de dar respuesta de manera permanente e ininterrumpida, versátil para atacar la estacionalidad de la isla y resiliente al paso de los años para poder adaptarlo a las circunstancias de cada momento, todo ello cumpliendo con los más altos estándares medioambientales y tecnológicos. Hoy podemos afirmar que esas decisiones fueron uno de los grandes aciertos de aquel proyecto, y ha facilitado que el servicio funcione ininterrumpidamente los 365 días del año desde 1997, sin ninguna avería o contratiempo grave que obligara a paralizarlo y con una evolución ejemplar que ha dado soluciones permanentes al paso del tiempo. Pocas infraestructuras públicas con esa complejidad técnica en su gestión pueden presumir de un grado de fiabilidad semejante y de una adaptación al cambio tan sobresaliente.

El modelo de Vertido Cero que se diseñó en su día nos ha permitido transformar en recursos todos los residuos generados en Mallorca, donde la participación ciudadana ha jugado y juega un papel fundamental. Sus resultados ofrecen hoy unos porcentajes de reciclaje, reutilización y valorización muy por encima de la media en España, y en niveles próximos a los de las regiones ambientalmente más avanzadas de Europa. Gracias a la valorización energética de los residuos que no se pueden reciclar o recuperar, TIRME, como empresa concesionaria del servicio público de tratamiento de residuos, es la primera empresa productora de energía renovable en Baleares. Hasta 2023 hemos generado 5.101.522 MWh, y suficientes para iluminar todos los domicilios de Mallorca durante 51 meses.

Existen inversiones, fáciles de apreciar por los ciudadanos porque sus beneficios son evidentes y repercuten directamente en su calidad de vida. Hablamos de hospitales, carreteras o centros de enseñanza. Es hora de reivindicar la importancia de otras infraestructuras ‘silenciosas’, o no tan visibles, sin las cuales no sería posible un desarrollo sostenible y respetuoso con el territorio. La gestión del agua y la de los residuos son dos de los ejemplos más claros de estas inversiones cuya rentabilidad económica, social y ambiental no se aprecia en el corto plazo, pero resultan completamente necesarias para ese desarrollo sostenible en el tiempo. Por poner un ejemplo, de no haberse clausurado en su día el vertedero de Son Reus, a día de hoy estaríamos hablando de una montaña de 20 m de altura de basura extendiéndose a lo largo de 1.079.251 m2, es decir, la superficie de 160 campos de fútbol. ¿Alguien piensa que Mallorca se podría permitir hoy semejante impacto visual y ambiental?

En TIRME seguimos trabajando por una Mallorca circular a través de la innovación y la transformación digital, del uso de las mejores tecnologías disponibles, de las alianzas con otros actores económicos y sociales, y de la colaboración público-privada. Estamos en disposición de ayudar en la transición hacia un modelo más eficiente, que apueste por la prevención y reutilización de los residuos, que garantice un reciclaje de calidad, que minimice la huella de carbono y sea cada vez más inclusivo y social. Todo se puede mejorar, y estamos en ello con el propósito de seguir siendo referentes, también es el momento de sentirnos orgullosos por el camino recorrido. Porque la historia de TIRME es la historia de un gran éxito colectivo, fruto del consenso institucional y del compromiso de los ciudadanos con el futuro sostenible de Mallorca.