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Hay un sentimiento de cabreo de proporciones catedralicias que bulle por el riego sanguíneo de este mundo. Pese al neolenguaje que disfraza la precariedad y los beneficios económicos a costa de miseria, se percibe que el discurso es tramposo. Y algunos ya no están dispuestos a tragar más mentiras. Aunque los métodos para enmendarlos sean extremos. El crimen de Brian Thompson, CEO de United Health Care, ha mostrado el hartazgo de la injusticia de un sistema sanitario que arruina a las familias, que corta el tratamiento a niños con cáncer, que pretendía reducir los tiempos de anestesia para ahorrar. Así que un tipo esta semana decidió darle un balazo y miles de personas, en lugar de condenar el asesinato, lo ha jaleado. Es una pseudo Revolución Francesa, se han tomado medidas drásticas, ya que la justicia y la ética no hacen su trabajo.

La ira se asienta en una capa cada vez más amplia de la sociedad y no, no deberíamos empuñar las armas. Pero sí que hay que visibilizar el enfado mayúsculo de una amplia capa de la población. Que no nos engañen los falsos profetas como Vito Quiles ni Milei. Las cosas son como son. Los repartidores de Glovo están sometidos a un sistema feudal esclavista. Solo hay que ver a Óscar Pierre, CEO de Glovo, cambiando rápidamente las reglas del juego para crear al repartidor asalariado ante el pánico de entrar en la cárcel por explotación laboral. O los valencianos ante la ineptitud y la mala fe de Carlos Mazón al frente de la DANA. El cabreo se siente en los damnificados inmobiliarios de España, condenando a la miseria a los desposeídos. No hacen falta tiros, sino gritos. Que se enteren de que estamos enfadados.