Este 31 de diciembre, como cada año desde el siglo XIII, algunos palmesanos –cada vez menos– volveremos a celebrar una fiesta cívico-religiosa, Festa de l’Estendard, que conmemora la conquista de la musulmana Madina Mayurqa, nombre con el que se conocía la ciudad de Palma en tiempos de las Islas Orientales de al-Ándalus, por las tropas cristianas de la Corona de Aragón; lo que supuso el fin de la islamización de la capital mallorquina y de gran parte de la isla.
Dicho hecho histórico –cargado de significación– lo seguimos festejando como reivindicación identitaria y cultural, ya que, desde esa fecha del año 1229, la Ciutat de Mallorca –rebautizada en 1715 como Palma por Felipe V– ha pertenecido a la civilización basada en las tradiciones judeocristianas que formará lo que se llegará a conocer en la edad moderna como Occidente. Somos ‘occidentales’ gracias a esa conquista, y por haber sido parte de importantes reinos –Corona de Aragón, Reino de España– que mantuvieron alejados cualquier pretensión o intento de reconquista por el mundo musulmán.
De un tiempo a esta parte, ceremonias que se habían incorporado al acervo festivo nacional o local, se han ido boicoteando por parte de partidos políticos, de izquierda radical o nacionalista, bajo el lema de nada que celebrar; argumentos contrarios que encajarían perfectamente con la crítica a festejar nuestro 31-D.
Pongamos el caso de los ataques al 2 de enero, fiesta cívico-religiosa de la toma cristiana del Reino de Granada en 1492 en la ciudad homónima, que supuso el final de la Reconquista, calificando la ceremonia de expolio cultural, matanza de ‘granadinos’, exaltación de la intolerancia religiosa, sectaria, anacrónica, excluyente, xenófoba…
Cualquiera de estos calificativos se puede atribuir al 31-D, eso sí, permutando, en el apartado de la escabechina, granadinos por mallorquines –o mayurquines–, puesto que existió un número significativo de habitantes isleños víctimas de la rapiña, por no hablar de los pasados a cuchillo por las tropas peninsulares, o los esclavizados.
Lo mismo acontece al referirnos a la Fiesta Nacional del 12 de octubre, donde se observa a muchos políticos mallorquines expresando su discrepancia bajo el argumento de ser una conmemoración militarista de un genocidio, como si el 31-D no cumpliese con esa definición, menospreciando, indirectamente, la obra del petrero Juníper Serra, que fue posible, entre otras cosas, gracias a esa fecha.
Es difícil de entender que, quienes tienen un lenguaje verbal agresivo con las conmemoraciones del 2-E y del 12-O bajo las premisas expuestas, muten gozosos a celebrar, algunos levitando, una conmemoración militarista, sangrienta, que supuso un expolio cultural de los habitantes de la Mallorca de 1229, como es el 31-D, al analizarse desde la ofuscación catalanista.
Estas transcendentales efemérides, como otras, deben celebrase para profundizar en nuestras raíces de lo que somos: palmesanos, mallorquines, baleares, españoles y europeos. La Festa de l’Estendard no se puede reducir a una mera cuestión lingüística, olvidando el resto de los valores occidentales que acompañaron la Conquista.
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