Desde aquel inspirado momento, el belén ha sido, a nivel mundial, una constante presencia en las iglesias, hogares e instituciones.
El belén es la gran ilusión festiva de la Navidad, con especial emoción participativa de los niños.
El belén es fruto de una enérgica inspiración artística que, con frecuencia, nace en un ambiente solitario y autocrítico, pero lleno de vitalidad frente a la proliferación de críticas tanto artísticas como sociológicas e incluso religiosas y políticas.
Para nuestra sensibilidad humana, el belén navideño deberá ser un fruto de nuestra propia identidad con la que muchos deberíamos juntarnos como un gran coro mundial en el que cada uno debería portar su gota a este inmenso mar de nuestro patrimonio artístico.
Hay belenes que por sus formas son indicativos del resplandor de la belleza de Dios expresada y trabajada por la mente y manos humanas relacionando con ello, una estética, no solo artística, sino incluso cristiana-teológica, en sus formas materializadas.
Hay belenes que por su belleza un historiador del arte podría definir como auténticas obras de arte creadas por manos humanas seducidas por un soplo divino.
El belén, como composición artística, puede verse muy condicionado por una gran variedad de formas según las circunstancias de la época, ya que formas y estilos se ven afectados por mentalidades muy personalistas, exigentes y críticas, alterando, con ello, términos razonables.
En este ambiente navideño todos deberíamos sentirnos llamados a poner en común un orden de valores teniendo en cuenta las situaciones y circunstancias de nuestro tiempo. Sentimientos que siempre deben estar movidos por una responsabilidad autoconsciente.
Creo que el belén es una forma artística tan permanente en los diversos momentos históricos que es un motivo para ponderar los tiempos pasados, presentes y supongo futuros para educar, en cierto modo, nuestra expresividad de acuerdo a una controlada sensibilidad ensamblada y renovada tomando como referencia esta humilde presencia del belén, en coherencia con la cultura de nuestro tiempo colocando en torno del pesebre tres regalos, como hicieron aquellos magos, poniendo obsequios perdurables de fe, esperanza y caridad en una cierta dimensión universal y ecuménica.
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