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Había pensado publicar algunas inocentadas, como suelen hacer los medios de comunicación en una fecha como hoy. Pero he fracasado porque nada de lo que pensaba contar cumple los requisitos de una inocentada: primero, que pueda ocurrir, que sea posible, y segundo, que su concreción sea extremadamente improbable, al punto de que nos sorprendería. Esa combinación provoca la duda y confusión. Sin embargo, todo lo que se me ocurre, aunque sea casi inverosímil, en Baleares es verdad. O sea exactamente lo contrario a una inocentada.

Querría haber escrito que en los últimos treinta años apenas hemos reformado uno de los más de veinte edificios del barrio de Corea, en Palma, lo que supone que, si siguiéramos a esta velocidad, acabaríamos en novecientos años más. O que llevamos algo más de cien años desde que la falca verda se incorporó al planeamiento urbanístico de nuestra ciudad sin que todavía se haya concluido. O que somos incapaces de darle un destino a la antigua cárcel de Palma o a la urbanización de Son Busquets. Incluso pensé en hacer una broma con el edificio de Gesa, las galerías de la plaza Mayor, la remodelación de las escaleras del Teatro Principal o la salvación del petit comerç. El problema es que todo esto es real.

También pensé que podría ser una inocentada hablar de los resultados que han dado la decenas de planes de reindustrialización que aprobó nuestra autonomía y que se resumen en que ya no queda ni una industria, excepto aquellas pocas que no tienen más remedio que estar en el archipiélago. O de cómo han acabado los incontables intentos de eliminar la estacionalidad del turismo. O la pretensión de que el consumo turístico se base en nuestra agricultura local. Los periodistas sabemos que es casi una tradición que, cuando no hay temas, hablemos de la necesidad de poner contadores individuales en los edificios, de escindir la red de aguas pluviales de las negras, etcétera, porque todo eso aumenta el ahorro de agua y aquí somos sensibles con el medio ambiente. De manera que podría haber hablado de esto en un día como hoy. Pero es que es totalmente cierto que llevamos décadas hablando de lo mismo y seguimos como el primer día.

Las inocentadas posibles son muchas más, vaya aquí un listado: estamos a punto de conseguir que el castillo de Alaró pase a ser gestionado desde Mallorca, sólo que en realidad, hace décadas que estamos a punto de lo mismo. Sería una inocentada decir que hicimos un puente para sortear el Riuet de Porto Cristo y que al poco tiempo lo tuvimos que derribar. O que el puente del tren del arquitecto Bennassar es una reconstrucción. ¿Hablamos del antiguo Son Dureta? ¿Recordamos la recogida neumática de basura en Palma? ¡Cómo va a funcionar una inocentada sobre estos temas si la podríamos repetir cada año sin cambiar ni una letra!

Francesc Antich fue el primero que nos prometió cinco mil viviendas nuevas en Baleares para reducir su escasez. Es más probable que haya cinco mil promesas que no cinco mil viviendas. Ya no queda un metro de suelo sin edificaciones en rústico, pese a la sensibilidad que tenemos con el medio ambiente y el modo rocambolesco de aprobar todo proyecto. A mí me encantaría decir que ya no hay carreras de motos en la carretera de la Serra, pero una inocentada debe ser creíble, y esto sería más raro que una gallina con dientes. Colaría más que dijera que se construirán tribunas para ver las carreras de motos.

Por favor, declarad de interés público el aparcamiento en doble y triple fila en llegadas del aeropuerto, que es parte de nuestra identidad patria. Son Banya nació como un poblado provisional, que iba a durar poco tiempo. De hecho, estaba pensado para la ‘integración gitana’, meta que dista hoy lo mismo que hace medio siglo. Todos los partidos cierran el poblado definitivamente cada pocos años, todos los periódicos lo han publicado, pero nada ha cambiado. Nunca hemos sido capaces de eliminar el monolito de sa Feixina, pese a que iba en el programa electoral de los partidos de la izquierda que ganaron las elecciones hace diez años. Sólo falta que Vox lo derribe.

Hicimos un plan fantástico para la transformación integral de la playa de Palma, con decenas de millones de euros que aportó Madrid, que acabó con mil vídeos de cómo iba a ser la nueva zona turística, pero ni un ladrillo movido de lugar: camarógrafos en lugar de albañiles. Francamente, he perdido la cuenta de cuántas veces se presentó un plan («esta vez en serio») para hacer un tranvía.
Me da que más bien nosotros mismos somos una inocentada. Todos. Todo.