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No está claro si las redes sociales reflejan el verdadero sentir de la mayoría o son simplemente un vertedero donde vomita sus más bajos instintos, pasiones, deseos y pensamientos lo peor de cada casa. Tampoco sabemos hasta qué punto el algoritmo que las dirige permite que a cada uno nos lleguen los mensajes que llegarían de forma orgánica o solo aquellos que su propietario quiere que veamos. Así que no hay modo de saber hasta qué punto nuestra sociedad está tan podrida como Twitter o si todavía queda algún resquicio de esperanza. A lo largo del 2024 que acabamos de dejar atrás han sido asesinadas en España 47 mujeres y nueve niños a manos de los hombres que, en algún momento, los amaron y juraron proteger. No quiero ni imaginar a cuánto asciende esa cifra si contamos el mundo en su totalidad. Porque España no es, ni de lejos, el peor de los países. Algunas fuentes hablan de unas cincuenta mil, otras se acercan a las cien mil mujeres cada año. Solemos señalar en el calendario como fechas a recordar durante décadas los días en los que alguna catástrofe natural, una guerra o un accidente terrible mata a un gran número de personas. Pero nos cuesta ver a esas 56 víctimas de este año como un conjunto. Una muestra de que algo, o todo, está mal. Porque si sigues cualquiera de esas redes sociales de las que hablaba al principio, lo que predomina es el victimismo de los hombres. Se quejan de que son discriminados, de que las ‘feminazis’ quieren acabar con lo masculino, alientan a reforzar los valores machistas de toda la vida. Apenas se les ha tocado suavemente con un dedo y ya arman una lucha feroz. A nosotras nos matan. Después de hacernos sufrir lo indecible, pero seguimos siendo las culpables.