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Tengo un gran interés por la cultura japonesa, lo cual no necesariamente es admiración. Por eso suelo ver o leer descripciones de su forma de vida, siempre mejor contadas por los extranjeros. Hace ya un tiempo que sigo a un japonés que emigró siendo un niño a Argentina y que retornó a Tokio al acabar su bachillerato. Es un observador muy inteligente, con el añadido de ser latino y, encima, de la superanárquica Argentina.

Hace unos días subió un vídeo titulado ‘Diez años de youtuber’. En este caso, la historia no tenía mucho que ver con la cultura japonesa pero, no obstante, me interesó mucho. El joven explicaba que empezó a hacer vídeos junto con otros dos o tres japoneses también de origen latino. Durante años se sentaban delante de la cámara y charlaban sin guión alguno, en vídeos bastante largos. Después leían los comentarios del público y se iban adaptando a lo que les pedían. Escuchaban y hacían. Nunca pasaron de los dos mil seguidores, lo cual no les bastaba ni para cervezas.

Cuando llegó la Covid, con confinamientos extremos en Japón, suspendieron el trabajo. A mi youtuber le pareció un buen momento para reflexionar sobre aquel sinsentido: rodaba, no ganaba nada, y tenía que dedicarse después a lo suyo que era ser electricista. Solía despreciar a otros youtubers a quienes la audiencia no admiraba tanto como a su grupo pero, sin embargo, veía que esos canales crecían, cosa que no ocurría con el suyo.

Cuando se relajaron las restricciones sanitarias, y tras hacer un curso sobre los secretos de la creación de contenidos online, se dio un año para ver si lograba abrirse camino o, de lo contrario, abandonar definitivamente. Ahora la aventura iba a ser en solitario, porque sus amigos se habían cambiado de ciudad y de actividad.

De modo que empezó a hacer vídeos a la suya, sobre temas que a él le interesaban, al tiempo que dejó de leer los comentarios. Con este nuevo enfoque, el público no le aportaba nada. Comenzó a trabajar la calidad y sobre todo el tema, exclusivamente de su interés: la vida diaria, qué le sorprende, lugares, costumbres, y hasta la forma de trabajar de un electricista en Japón.

La audiencia empezó a aumentar y aumentar. Aquellos dos mil suscriptores crecieron tanto que hoy ya supera el millón, algo inimaginable hace nada. «Yo sé que esto va a sonar mal, pero me dicen que soy un soberbio porque no escucho a los demás, pero lo soy aposta, porque tengo claro que he de hacer los contenidos que yo quiero». No sigue más al público ni sus comentarios: el público lo sigue a él. Marca la agenda. Elige los temas y el público lo acepta o lo rechaza. Ha pasado de ser gregario de su propia audiencia a líder, a marcar el temario, a dirigir la agenda.

Es fácil de entender por qué antes le iba mal y ahora le va bien: en el pasado le pedían vídeos, lógicamente sobre asuntos que la audiencia conocía, cuando una de las grandes funciones de la comunicación es abrirnos los ojos, enseñarnos lo que no conocemos, sorprendernos. El ignorante nunca puede pedir que le muestren aquello cuya existencia ni siquiera imagina. ¡Cómo vamos a pedir lo que no conocemos! Sin embargo, agradecemos y aplaudimos lo que ignorábamos, lo que nos sorprende e ilumina. Lógico. Comunicar es sorprender, y esto nunca se logra escuchando a la audiencia.

Desde entonces, nuestro amigo dejó de trabajar como electricista y ahora, además de youtuber, es guía turístico en castellano para Tokio, atendiendo grupos de turistas adinerados que valoran que les expliquen la trastienda cultural del país en su propio idioma.

No ocurrirá –o no en un futuro cercano– pero nuestros políticos, tanto baleares, españoles como europeos, deberían ver estos vídeos para entender que ellos tampoco deben dejarse regir por lo que quiere el público; es al revés, son los políticos los que han de persuadirnos de que sus soluciones son válidas, de que sus propuestas sí son coherentes. Y liderar, hacer didáctica, explicar. Un youtuber jamás debe leer los comentarios y un político jamás debe leer encuestas. No debe escucharnos. Las soluciones a los problemas nunca aparecerán en las encuestas porque los entrevistados sólo conocen lo que viven. Los políticos deben ser soberbios al modo de este joven, en el sentido de marcar el camino, no de consensuarlo; deben ir un paso adelante. Ser líderes o marcharse a casa. Como la creación de contenidos, la política tampoco es de gregarios: ha de partir de convencimientos firmes.

El público siempre despreciará al youtuber que sigue sus comentarios («eso ya lo sabía yo») y al político que, fiel a las encuestas, sólo propone lo que los votantes desean.