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Últimamente aparecen con frecuencia noticias relacionadas con el maltrato a los mayores. La degeneración de los valores humanos está en parámetros de alarma. El epifenómeno del edadismo no es baladí. La discriminación por la edad en todos los segmentos sociales se ha interiorizado y aceptado como normal. Las culturas más avanzadas que nos precedieron debían parte de su éxito en dar valor a la sabiduría de los ancianos. El senado griego es un ejemplo; el imperio romano y culturas tan diversas como las orientales, los egipcios o los incas lo corroboran. La decrepitud por haber convertido el becerro del oro con la consiguiente necesidad de convertir la humanidad en esclava del consumo conlleva que los que son considerados no productivos sean despreciados. Todo ello da para un tratado de sociología. Pero quiero enfatizar en el criminal atentado a la dignidad de las personas que nos han dado la vida.

Las que, con su esfuerzo y privaciones, nos dieron una educación y calidad de vida muy por encima de la que ellos tuvieron. Aquellos que tuvieron infancias difíciles por las guerras, pobreza social y demás. Estos a los que tendríamos que venerar son humillados con la soledad, el ninguneo y el desprecio. Incluso con el maltrato físico cada vez más ostensible. Tuve la suerte de tener unos padres ejemplares. Los tres abuelos que conocí residieron en nuestra casa, respetados, diría venerados. Me enriquecieron con sus enseñanzas. Su ternura infinita me enseñó a descubrir la inteligencia emocional. Sus silencios ilustraban el camino del sosiego. Por todo ello considero un acto criminal atentar contra su integridad física y emocional. Si ocurre en instituciones públicas o privadas puede ser denunciados. Pero hay mucho silencio criminal en el entorno de su abordaje. La comida que se les sirve no pasa los controles necesarios. Muchos sufren déficits vitamínicos y proteicos en aras de una rentabilidad impresentable. Tengo ocasión en algún momento de mi ejercicio profesional de presenciar como en estas fechas los efectos de todo lo dicho se traduce en trastornos depresivos y ansiosos. He visto como son ingresados en centros o incluso en clínicas para liberarse de ellos, huyendo con el pretexto de un viaje programado. Eso nos enseña de forma cruda a dónde nos lleva esta sociedad que hemos creado. Recogemos la mierda del perrito y no podemos cambiar el pañal de un padre. Este año deberíamos reflexionar sobre si es conveniente recuperar el amor a nuestros mayores. Venerarlos es respetarnos a nosotros mismos.