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Esta oscarizada cinta de ciencia ficción, aclamada como una de las 10 mejores películas del 2021, tiene ya su parte dos (Denis Villeneuve, 2024) al alcance del espectador. Dune es más fiel al texto original de 1965 de Frank Herbert que la versión de David Lynch de 1984. Con un potente desarrollo técnico, cuenta con la curiosa creación por el matrimonio de lingüistas David y Jessie Peterson del lenguaje Chakobsa (lengua de los Fremen), incluyendo su fonética y normas gramaticales. Situada a 10.000 años en el futuro, su esencia es tan vieja como la humanidad misma: la codiciosa extracción de elementos naturales, violencia entre grupos étnicos, feudos personales bajo el control de unos pocos y la amenaza de un ataque nuclear al final del filme. ¡Qué triste sería un futuro así! Pero el belicismo creciente no da demasiado pie al optimismo. Justo antes de Navidad, Mark Rutte, nuevo secretario general de la OTAN, lanzó el mensaje de que «debemos ser más rápidos y fieros y tener mentalidad de guerra». Afirma ver un «peligro que viene hacia nosotros a toda velocidad» y que ningún estratega, cuya opinión sea estrictamente técnica y militar, puede apreciar. Mientras tanto, Occidente calla ante la masacre palestina cuya población sí ve llegar el peligro diariamente en forma de dolor y muerte. Rutte pide reducir el presupuesto de pensiones, sanidad y seguridad social para aumentar la compra de armas, es decir reducir el estado social y la calidad de vida para mejorar la cantidad de muerte. Entendimiento entre naciones, diálogo y diplomacia parecen ser palabras tabúes. Guerra y dinero son matrimonio, como lo son sus corolarios de muerte y destrucción. Lo que de alguna forma hemos celebrado en estas fiestas es el renacimiento de la esperanza, de la ilusión y de la «paz a los hombres de buena voluntad» (Lucas 2:14). Que la paz entre en nuestros corazones en el 2025 más que las interesadas palabras de menos salud y más muerte que esconden otra: más negocio.