El tonto de la cámara

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Me paseo por el centro de Palma –o por el de París o Londres, porque al fin y a la postre este es mi artículo de los miércoles– y no puedo dejar de echar en falta aquella imagen tan habitual en otros tiempos entre los turistas que era la del tonto de la cámara. Porque antes, en cada grupo de turistas, fueran cuatro, diez o veinte, vinieran de la Península o fueran al extranjero, había siempre un tonto que era aficionado a la fotografía. Igual era un tonto muy listo –puede que hasta catedrático de algo allí donde vivía– pero era el único del grupo que llevaba una cámara, y además buena, y se pasaba el viaje haciéndoles fotos a los demás sin salir él en ninguna (y si salía en alguna, salía rematadamente mal, desenfocado o sin piernas, porque para ello tenía que dejarle la cámara y darle las instrucciones a otro del grupo que no tenía ni idea de fotografía). El tonto de la cámara más famoso de la historia ha sido Neil Armstong, que es verdad que pudo alardear de ser el primer hombre en pisar la Luna, pero como también le encomendaron cargar con la única cámara que había a bordo del Apolo 11, el que tiene en su casa un álbum entero de fotos dando saltos a lo largo y ancho del Mar de la Tranquilidad es Buzz Aldrin.

El tonto de la cámara pasó a mejor vida cuando todo el mundo empezó a llevar su propia cámara en el bolsillo y a hacerse fotos a sí mismo entre mensaje y mensaje para subir a Instagram. Pero, al menos, aquel entrañable tonto de la cámara, ya digo, igual era listo.