«Ya sabéis que no podemos cubriros, así que iros con ojo». Un
agente de policía a la entrada del poblado nos da la bienvenida a
su manera, conocedor de que en cualquier momento pueden surgir
problemas.
Sin embargo, Son Banya está extrañamente tranquilo, casi
pacífico. La tradicional arrogancia de los 'narcos' ha dejado paso,
ahora, a más de una mirada de congoja y de resignación. Y es que la
intervención policial de ayer se ejecutó con rapidez y no se
encontró resistencia, a diferencia de otras bochornosas operaciones
de años pretéritos. Como mucho, algún que otro insulto: «¡Maderos,
a tomar por...!», que no consigue encender la mecha de la
insurrección popular. Quizás sea que Son Banya ya no es tan
temible, o a lo mejor es que la presencia policial fue tan
contundente que se lo pensaron dos veces. Con todo, al margen de
especulaciones, el poblado ha vuelto de demostrar que es el último
'ghetto', por el que campan jóvenes desocupados con un Rólex en la
muñeca o coches de 5.000.000 de pesetas. También hay cabras y
suelos de mármol, porque Son Banya es de película de Almodóvar.
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