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«Tenía una habitación de su casa de Madrid forrada completamente con fotos mías en las paredes, con recortes que decían 'te quiero' y me maltrataba brutalmente. Vine a Mallorca huyendo de él y aquí he descubierto que la red de centros asistenciales son un camelo y que si no eres drogadicto o extranjero no recibes ayuda; aquí sólo fomentan la mendicidad y el vagabundeo».

La vida de Rosa María Cruz Lobo, una madrileña de 36 años, no ha sido un camino de rosas, pero nadie le iba a decir, en 1999, que acabaría recorriendo albergues de Mallorca sin un duro en los bolsillos, harapienta y con la moral por los suelos. Su único y gran 'pecado': haberse juntado con un psicópata que la maltrataba salvajemente y que estuvo a punto de matarla. Desde entonces, hace ahora dos años y medio, Rosa María no ha parado de huir. «Empecé a trabajar a los 17 años en una caja de ahorros, luego fui administrativa y siempre me salían empleos, porque hablo inglés e italiano y tengo estudios», apunta con un deje de orgullo la mujer, para luego volver a la dura realidad: «Me separé de mi marido, con el que tengo un hijo, pero fue todo amistoso, sin agresiones ni malos modos. Hasta ahí todo normal, pero en 1999 tuve la desgracia de juntarme con 'él' y ya nada fue lo mismo».

Rosa María todavía no se atreve a pronunciar el nombre de su demonio particular y se refiere a él en tercera persona, como para alejar su recuerdo o quitarle dramatismo a su historia. La convivencia con este individuo, alcohólico, no duró mucho, pero lo suficiente para que la mujer presentara varias denuncias contra él: «Me faltan varios dientes de las palizas que me daba y al final lo dejé. Él no supo encajarlo y se dedicó a perseguirme por todo Madrid, sin descanso. Me despidieron de todos los trabajos, porque él montaba escándalos, y me marché. He rehecho mi vida con Juan, mi actual compañero, y hemos viajado por toda España trabajando en la vendimia o en lo que saliera. Desde hace un tiempo estamos en Palma, pero aquí las cosas están mucho peor que en la Península y me gustaría que las instituciones recapacitaran sobre ello», opina.

El periplo de esta madrileña por el circuito marginal de Palma lo refleja de esta manera: «Si eres extranjero o drogadicto te dan todas las facilidades, pero para una mujer maltratada con pareja nueva todo son pegas. En el mercadillo navideño de Es Refugi me han dado de comer, pero pedí dinero para unas compresas "porque no tengo ni para eso" y me contestaron que vendían en las farmacias; en Cáritas no me han dado medicamentos para mi lumbociática y en el centro de Can Pere Antoni me dejan dormir, pero ahora resulta que estoy a punto de conseguir un trabajo digno por las noches y, de día, no me admiten en el centro, porque está cerrado. Mi único delito es ser una mujer maltratada».