La Audiencia de Palma ha impuesto una condena de catorce años de
prisión a un proxeneta búlgaro, llamado Stanislav Georgiev
Feradzhiev, que viajó a Mallorca para obligar a prostituirse a
cuatro mujeres de su misma nacionalidad. El tribunal de la sección
segunda le declara culpable de cuatro delitos contra la
prostitución y tres delitos contra los derechos de los
trabajadores.
Este individuo, que era conocido con el apodo de «Simo», contaba
en su país con la ayuda de otras dos personas, pero que no han
podido ser encontradas. De esta forma en el mes de mayo del pasado
año entró en contacto en Bulgaria con cuatro chicas jóvenes a
quienes les ofreció la posibilidad de viajar a España. Las engañó a
todas diciéndoles que trabajarían como camareras o, si no, tendrían
otro empleo en la hostelería. Los gastos del viaje los pagó el
acusado, pero les anunció a las mujeres que tendrían que
devolvérselo «cuando pudieran».
De Bulgaria viajaron a España y se instalaron en Valencia.
Primero llegó una chica y después las otras tres. Allí estuvieron
pocos meses. A los pocos días de llegar al país les anunció a las
víctimas que no había trabajo en la hostelería y las obligó a
prostituirse en un club de Valencia. Las mujeres, en un principio,
se negaron a ello, pero el acusado las amenazó con hacerles daño,
no sólo a ellas, sino también a sus familias de Bulgaria. Ante
estas circunstancias las mujeres no tuvieron más remedio que
ejercer la prostitución. Otra de las situaciones que sufrieron las
víctimas nada más llegar a España fue que el acusado les recogió
los pasaportes, engañándolas diciéndoles que los necesitaba para
regular su situación en el país.
Las cuatro chicas estuvieron trabajando de prostitutas durante
un mes en Valencia. Después fueron trasladadas a Mallorca. Todas
ellas se instalaron en un apartamento que alquiló el acusado. Como
continuaban debiéndole dinero por el pago del viaje, según declara
probado el tribunal, el proxoneta búlgaro continuó amenazando a las
mujeres para que siguieran prostituyéndose. Para ello cada día las
trasladaba, de dos en dos, en su vehículo a distintos clubes de
alterne situados en s'Arenal o en la zona de Joan Miró. Cuando
regresaban al domicilio las mujeres le entregaban al súbdito
búlgaro todo el dinero que habían ganado por la noche
prostituyéndose.
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