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El experto en Geología y Sismología de la Universitat de les Illes Balears, Jordi Giménez, contó ayer a este periódico que el terremoto de 6.7 grados en la escala Ritcher que azotó Argelia tuvo su epicentro en el mar, de ahí que luego las ondas sísmicas afectaran con tanta claridad a Balears.

Giménez, adscrito al Departamento de Ciencias de la Tierra y considerado uno de los principales conocedores de este tipo de fenómenos, recordó que no es la primera vez que Mallorca sufre los efectos de un seísmo y el último fue, precisamente, cuando Argelia fue víctima de un gran temblor en 1980. El desastre del miércoles en Argel, en el Norte de Àfrica ocurrió a cientos de millas de la costa mallorquina, casi a las nueve menos cuarto de la noche. Las ondas, según explicó el profesor universitario, se desplazan a una velocidad de cinco kilómetros por segundo, por lo que en poco tiempo la sacudida se dejó sentir en el Archipiélago, primero en Eivissa, donde fue de mayor intensidad, después en Mallorca y por último en Menorca, donde las especiales condiciones del puerto de Maó propiciaron numerosos desperfectos en embarcaciones.

Lo ocurrido en Balears, añadió Giménez, podría calificarse de «maremoto», y de hecho el seísmo en sí no causó ningún daño, sólo angustia en los ciudadanos, mientras que las subidas y bajadas bruscas del nivel del mar causaron el caos en los puertos y muelles. El experto calificó de «poca intensidad» los temblores percibidos por la población y refirió que cuando la intensidad del seísmo no supera los cuatro grados las consecuencias, en tierra, suelen ser escasas o, a veces, nulas. Las réplicas que siguen a cualquier temblor de tierra «tienen una duración limitada, que depende de muchos factores», manifestó Giménez, refiriéndose a los 34 pequeños seísmos que en las horas siguientes al gran terremoto se han detectado en Balears. Sin embargo, estas sacudidas de bajísima intensidad sólo han sido registradas por las máquinas y la población no ha notado nada extraño.