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El interior de los muros que albergan a más de 1.200 internos de la cárcel de Palma son un misterio para la mayoría de los ciudadanos y por este motivo ayer el delegado del Gobierno, Miquel Ramis, celebró una jornada de puertas abiertas para los medios de comunicación y trató de desmitificar la imagen siniestra que suelen tener las penitenciarías: «Aquí el grado de civismo es muy elevado; estoy orgulloso y doy la enhorabuena al director, Juan Fernando Díaz», opinó.

Las medidas de seguridad en la nueva prisión, ubicada en la carretera de Sóller, junto a la antigua, son estrictas y se dejan notar ya en el exterior. Un control de la Guardia Civil se encarga de vigilar los coches que entran y salen y para llegar a los primeros módulos hay que franquear hasta diez barreras mecánicas, que se accionan desde garitas ocupadas por funcionarios. «En el interior los guardias no van armados», explica Juan Fernando, que lleva más de diez años al frente del centro.

En la actualidad hay 1.208 internos en la cárcel de Palma, de los que unos 300 son preventivos y el resto penados. Además, 135 se encuentran en régimen de tercer grado, lo que supone que pueden trabajar fuera del centro y sólo regresar para pernoctar. Once de ellos ni tan siquiera vuelven de noche, ya que están controlados telemáticamente, a través de un sistema novedoso que se puso en marcha recientemente en España.