Antonio Cid Pérez era insomne y con las primeras luces del día, a
eso de las seis, salía de su chabola frente al edificio de Gesa y
se dirigía al semáforo ubicado delante de la escultura de
Nuredduna, en el inicio del Passeig Marítim. Ayer por la mañana, un
compañero suyo, apodado «el Abuelo», descubrió su cadáver con un
fuerte golpe en la cabeza, a 50 metros de Ifebal.
«Estaban tendido boca abajo, con la cabeza llena de sangre y un
golpe en la sien izquierda», explicó a este periódico el indigente
que lo encontró. «Eran las ocho y media de la mañana y nadie sabe
lo que le pasó. Luego vino la policía y nos hizo preguntas», añadió
Juan José Losada, el mendigo de 64 años conocido como «el Abuelo».
La noche anterior Antonio Cid, que estaba separado y tenía una hija
en Orense, su ciudad natal, se había emborrachado, algo habitual
para él. «Se podía beber tres y cuatro litros de vino rosado al
día, y luego iba dando tumbos», refirió Juan, otro vagabundo que
frecuenta la zona de Patronato Obrero y que había compartido techo
con el fallecido.
Sus conocidos señalaron que la salud de Antonio, sobre todo en
los últimos tiempos, se había resentido, a pesar de su relativa
juventud. Y su afición por la bebida no le ayudaba en absoluto.
Cuando iba sobrio pasaba horas en el semáforo, vendiendo pañuelos
de papel a los conductores. Ayer, sin embargo, no llegó al tramo
donde sacaba unos euros.
Su cuerpo apareció en una esquina, junto a sillas y algunos
enseres cochambrosos, propiedad de los mendigos de la zona, y a un
metro de él se encontró su bolsa con los pañuelos. El Grupo de
Homicidios se hizo cargo de la investigación y los agentes, a las
nueve de la mañana, examinaron el cadáver en busca de señales de
violencia. Una comisión judicial y el forense acudieron al
escenario del fallecimiento, y la hipótesis inicial de un posible
crimen dio paso, después, al convencimiento de que Antonio Cid cayó
accidentalmente y se golpeó la sien.
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