La vivienda de María, que es viuda y vive sola, está ubicada muy
cerca del Hotel Rocamar, de camino a la playa d'en Repic. Esa noche
abrió las ventanas de su cuarto, en el primer piso de la casa,
porque el calor era agobiante. En el exterior M.E.G., un alemán que
contaba con antecedentes policiales, merodeaba buscando el modo de
acceder al inmueble. Reparó en la ventana abierta, que quedaba a
cierta altura, y trasladó hasta ahí una mesa que encontró en una
propiedad vecina. Luego trepó y se coló en la casa, sin saber que
en ese mismo cuarto dormía María Marroig. «Yo no me enteré de nada
hasta que quiso salir otra vez. Se ve que ese hombre bajó a la
entrada y registró muchos cajones. Se llevó unos 15 euros y de la
despensa cogió una ensaimada, una coca y seis danones. Cuando
volvió a subir me rozó y yo me desperté», recuerda. El susto de la
señora fue mayúsculo. De improviso, aún adormilada, se encontró con
un extraño en su dormitorio. Apenas podía escrutar su figura,
porque estaba entre sombras, pero un dolor intenso en una de sus
manos la alarmó aún más. «Me clavó un cuchillo en la mano izquierda
y luego me intentó poner un trapo en la boca. Yo empecé a gritar y
pedí ayuda a mi vecino, y eso fue precisamente lo que me salvó»,
opina María. La septuagenaria voceó: «¡Toni, Toni!», que es el
nombre de su vecino, y el ladrón debió de creer que era un familiar
que dormía también en la casa, por lo que se precipitó rápidamente
por la ventana desde la que había entrado. Antes, sin embargo, la
apuñaló nuevamente, esta vez a la altura del cuello. «No me di ni
cuenta, pero me encontré en la cama llena de sangre. No sabía qué
hacer, fue todo tan rápido... Luego vinieron mis vecinos y me
ayudaron», cuenta. En el centro médico de la localidad examinaron
las dos heridas incisas y comprobaron que, afortunadamente, no
revestían excesiva gravedad. Al corte de la mano izquierda le
aplicaron seis puntos de sutura y al del cuello tres.
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