J., camarera del hotel Barceló de la Riviera Maya, se refiere
con dureza a sus condiciones de trabajo: «Nos pagan un dólar y
medio al día y para poder vivir hemos de sacar buenas propinas».
A., otra asalariada, es de idéntica opinión: «Yo sólo libro un día
a la semana, y eso que trabajo una media diaria de doce horas. Lo
peor son las vacaciones: sólo nos dejan tener una semana al año, y
como mucho diez días. En casos excepcionales se permite a algún
empleado vacacionar durante quince días, pero eso es muy raro. Por
supuesto, de veranear un mes nada de nada». No sólo se quejan las
mujeres.
Los varones, menos habladores, también despotrican contra el
sistema laboral: «Los sindicatos defienden a la patronal, porque
los líderes cobran de los grandes hoteleros. No mira nadie por
nosotros. Hacemos jornadas agotadoras, con un clima muy duro, y
sólo podemos conseguir un sueldo medianamente digno si tenemos
suerte con las propinas», apunta A., un muchacho maya para el que
los europeos son turistas «un poco tacaños. Los que dejan lana
(dinero) de verdad son los yankees».
Pero no todo es malestar. Una camarista (empleada que limpia las
habitaciones) sostiene que «cuando de verdad la empresa nos ayuda
es cuando quedamos embarazadas. Ahí sí que se portan bien». J.
limpia bien de mañana una de las piscinas del hotel y con el cuerpo
empapado en sudor y la frente perlada cuenta: «No se fíen de lo que
dicen los sindicatos, están todos compinchados con los empresarios.
No velan por nuestros intereses, como debería ser. Aquí ganamos
plata si los clientes sueltan billetitos. Sino, no nos llegaría ni
para comer». En Cancún, a unos 77 kilómetros del Hotel Barceló, las
quejas son las mismas.
Entrevistamos a taxistas y todos coinciden en su diagnóstico:
«En nuestro caso el que gana dinero es el dueño del taxi, que lo
subalquila a dos empleados. Nosotros hemos de traerle 300 pesos
diarios (unos 30 euros), pagar la gasolina y lo que queda es
nuestro beneficio. Lo bueno es que si en cinco horas hemos sacado
lana, paramos y entregamos el taxi al compañero. Pero eso no ocurre
siempre». José, otro chófer que nos deja en la Playa del Carmen,
habla sin tapujos: «¿Son mallorquines?, hombre aquí conocemos bien
a sus empresarios. Se hacen ricos con el trabajo de todos sus
empleados. Como otros empresarios españoles. No se lo tomen como
algo personal ¿eh?», apostilla,
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