En su primer contacto con las autoridades, la joven sólo dijo: «soy Natascha Kampusch»; y reveló además que su secuestrador, Wolfgang Priklopil, un técnico de electricidad de 44 años, había partido hacia Viena en un auto BMW 850i de color rojo. Los padres de la víctima la reconocieron en una reunión que hizo llorar a Natascha, y poco después, a las 21.00 hora local, su captor se suicidó arrojándose a las vías de un tren de cercanías al norte de Viena, muriendo aplastado.
Según los expertos, Natascha muestra síntomas de un fuerte «síndrome de Estocolmo», fenómeno observado en personas secuestradas que consiste en el desarrollo de simpatía y apego a su captor, y se desconoce cómo y por qué pudo hacer acopio de fuerzas para fugarse finalmente este miércoles.
Aparentemente, la joven se escapó ayer por la mañana y se escondió en el jardín de una casa en la localidad de Strasshof, al norte de Viena, cerca de la casa que fue su cárcel.
Durante toda la noche, la policía registró la casa en cuestión, donde encontró un escondite de tres metros de largo, 1,6 metros de ancho y dos de profundidad, cavado a partir de la fosa de un garaje y accesible a través una hueco de 50 por 50 centímetros que se cerraba con un sistema electrónico.
Allí había una cama y una pequeña estantería con libros infantiles y para adultos, así como un receptor de radio y un televisor.
En ese reducido espacio Natascha vivió supuestamente los últimos ocho años, aunque en los últimos tiempos parece que algunas veces pudo salir de allí.
Las primeras declaraciones de la joven arrojaron que la chica no estuvo siempre encerrada sino que en los últimos años el secuestrador le permitió de vez en cuando acompañarle al supermercado e incluso quizás en algún viaje de vacaciones o paseos por el jardín de la casa.
Sin embargo, parece haber estado sometida a fuertes presiones para que no contacte a ningún extraño, por lo todo a punta a que su secuestrador fue prácticamente la única persona con la que mantuvo una relación.
Se espera que los detalles del caso salgan a la luz lentamente, mientras la víctima está bajo supervisión de psicólogos, que han adoptado una estrategia de suma cautela en sus interrogatorios para no conmocionarla.
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