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JAVIER JIMÉNEZ-JAUME RIGO
Con la inocencia de un niño, el hijo de Rachid no paraba de preguntar por su madre. «Papá: ¿dónde está mamá?», repetía el menor el tiempo que duró su fuga, refugiados en una habitación alquilada de la calle Fra Antoni Llinàs. El marroquí, visiblemente nervioso, siempre respondía de idéntica manera: «Está de viaje, muy lejos».

Ultima Hora ha contactado con algunas de las personas que convivieron con Rachid desde el lunes, cuando llegó a ese piso de Camp Rodó. Cuentan que era esquivo, huraño, y que siempre evitaba mirar a los ojos a los otros inquilinos: «Parecía como si estuviera huyendo de algo. Temblaba y pensábamos que estaba enfermo. En realidad debía de estar muy nervioso porque sabía que todo el mundo lo estaba buscando». La habitación que ocupaba con su hijo era de pequeñas dimensiones (unos cinco metros cuadrados), y sólo había una mesa, un pequeño armario y una cama. Allí fue donde se afeitó el bigote y se alisó el pelo. Quería pasar desapercibido y también intentó que sus compañeros de piso no se enteraran de las noticias del crimen de es Rafal. De hecho, a la hora de los informativos del mediodía, cuando otros inquilinos querían mirar la tele en el comedor, Rachid aparecía con una película y la ponía en el aparato de DVD.