Cuando los agentes llegaron a la casa confesó el crimen y no ofreció resistencia. En el apartado de fundamentos jurídicos se explica que la declaración ante el Tribunal de uno de los policías locales que entró en la casa fue especialmente significativa: «Fue el propio Gregorio quien mostró el cinturón de que había hecho uso diciéndole que había apretado mucho tiempo y fuerte y el que cinturón estaba tirado junto a la cama». El asesino confeso, según consta en la sentencia, también llamó a uno de sus tres hijos y le espetó: «Creo que la he matado, no se mueve». La autopsia practicada por los forenses Santarén y López Bermejo concluyó que María Josefa sufrió una «asfixia mecánica, de etiología homicida, producida de forma fulminante» y que el mecanismo fue «el estrangulamiento por un lazo único», en concreto un cinturón de unos 3 centímetros de ancho, el mismo que fue hallado en el cuarto. Los médicos, además, sostuvieron que la intensidad del ataque y la horizontalidad del surco descartaban el suicidio.
La sentencia hecha pública ayer considera probado que el 25 de agosto de 2005, a eso de las diez de la noche, Gregorio González Pozo se dirigió al dormitorio que compartía con su mujer, María Josefa Rodríguez Fernández, en su casa de la calle Valentí número 11-A. Ella estaba casi desnuda y él, sorpresivamente, se abalanzó sobre ella y le rodeó el cuello con un cinturón, que apretó hasta que la mujer dejó de moverse. En el escrito se establece también que la víctima «no tuvo posibilidad de defenderse» y que el asesinato estuvo precedido por una discusión conyugal. María Josefa, en el transcurso de la riña, le dijo que se marchaba de casa y que le iba «a poner los cuernos con otro». El agresor, tras matarla, permaneció un tiempo en la habitación, hasta que se decidió a llamar por teléfono a la Policía Local.
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