Si los datos genéticos de María Morella Abril, la mujer exhumada, coinciden con los del cuerpo momificado se confirmará que esos restos pertenecían a Pedro Belmonte, un vecino de la calle Francesc de Borja Moll que tenía 58 años cuando murió.
A las nueve y media de la mañana de ayer la forense Emilia Salas, agentes de la Policía Científica, operarios del cementerio y funcionarios del Juzgado de Instrucción Número 10 llegaron a la tumba donde reposa María Morella, junto a otro familiar que fue enterrado años antes que ella. Los huesos de los dos allegados no estaban mezclados, lo que facilitó la labor de los investigadores. Un experto, ataviado con un mono blanco, entró en la tumba y extrajo muestras de cada fémur. Toda la operación fue grabada por la cámara de un agente de la Policía Científica. Una vez que se hubo extraído las muestras, los operarios volvieron a colocar la lápida y la comisión judicial abandonó el cementerio. La huella genética de María Morella será cruzada en un laboratorio de Madrid con los restos momificados que supuestamente pertenecen a Pedro Belmonte Morella, y así se podrá determinar si eran madre e hijo. La principal beneficiada sería la única pariente de Belmonte, una vecina de Sanceloni (Barcelona) que nunca lo visitaba en Palma ni que supo durante ocho años de su muerte. Esa mujer, sin embargo, ha reclamado la herencia y antes de acceder a las propiedades de Belmonte es preceptivo confirmar que se trata, efectivamente, de él.
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