Al margen del problema de las ratas, el edificio no tiene agua ni luz. Para conseguir electricidad, los vecinos han hecho un empalme con la línea eléctrica que pasa por la calle. En cuanto al agua, tienen que cargarla en garrafas de cinco litros de una fuente cercana. También disponen de dos enormes depósitos en la entrada de la finca en la que almacenan agua.
El incendio no es el primero que afectaba a este edificio, en el que viven en condiciones penosas unas 30 personas de etnia gitana.
Carmen, que vive en el primer piso con cinco hijos desde hace 13 años, explicó a Ultima Hora que, por las noches, reciben la inquietante visita de las ratas. «Suben por las escaleras y tenemos que poner tablones, espantarlas con palos de escoba», comenta. Los propios niños explicaron que juegan a «cazarlas» con cajas a las que ponen un cebo, y que después las matan. «Los perros y los gatos no se atreven, porque son más grandes que ellos», afirman dos chicas que viven en la finca.
Ante la falta de agua corriente los baños de las viviendas se han convertido en meros almacenes para guardar fregonas y trastos viejos. Por ese motivo los 30 inquilinos se ven obligados a hacer sus necesidades en cubos, que posteriormente vacían en los solares cercanos.
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