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LUIS POMAR
Siete voluntarios de Mallorca Missionera que han estado el último mes en Perú y sintieron el terremoto del pasado día 15, regresaron ayer a Mallorca y explicaron la «experiencia» vivida y la situación que han dejado en el país. Margarita Cortés, Ruth Fernández, Raquel Galán, María Rosario López, Luis Servera, Irene Salas y Eugeni García son los miembros del grupo isleño, que se encontraba en Pachacamac, situado al sur de Lima, y vieron en primera persona los efectos del terremoto de 7.9 grados en la escala Richter, que ha causado más de 500 muertos, miles de heridos y damnificados, así como cuantiosas pérdidas, especialmente en la ciudad de Pisco, la más afectada por el seísmo.

«La tierra se movía de lado a lado y el cielo se iluminó con una gran claridad». Así relataba Eugeni García, párroco que acompañó a los voluntarios a Perú, el momento en el que ocurrió el seísmo. Según explicó el párroco, el miedo y la incertidumbre se adueñaron de todos y se vivieron «momentos difíciles», nadie sabía muy bien lo que pasaba. El temblor duró aproximadamente dos minutos, que se hicieron eternos para aquellos que lo sufrieron. Y el final del seísmo no fue ni mejor ni más agradable. La gente corría de lado a lado buscando refugio o, simplemente, huyendo de las casas que se acababan de derrumbar o se tambaleaban peligrosamente.

Días después del terremoto se vivieron momentos de gran incertidumbre por la notificación, por parte de las autoridades peruanas, de la posible llegada de un tsunami causado por el terremoto, indica García. La noticia hizo que la gente, por miedo a sufrir otra catástrofe más, se apresurara hacía las colinas en busca de los territorios más elevados. «Por suerte, en pocos días la alerta de tsunami fue retirada y la gente volvió hacia sus casas, la mayoría en un estado bastante deplorable», agregó.

Luis Servera, otro de los integrantes del contingente mallorquín, quiso subrayar que Perú «es un país subdesarrollado con grandes carencias en sanidad y educación». «La ayuda siempre es necesaria», añadió. Es más, cuando ocurre una desgracia se acentúan las carencias de estos países y la gente parece sensibilizarse de una forma especial, pero no hay que olvidar que mantienen una situación de precariedad durante todo el año, apuntó.

Irene Salas, una de las jóvenes que se encontraba en Perú realizando el voluntariado, comentó que solo su compañera María Rullán ha sido capaz de desplazarse hasta Pisco puesto que llevaba ya medio mes en la ciudad antes de unirse a sus compañeros en Pachacamac y gracias a sus contactos pudo volver a Pisco para ayudar en esa zona, la más afectada: «Además, una persona allí es una boca más que alimentar, más vale que vaya gente que tiene experiencia». Irene explicó también que estos últimos días, los posteriores al seísmo, se han dedicado a ayudar en todo lo posible, intentando calmar a la población, sobre todo a los más pequeños, y repartiendo víveres para los afectados.

Así mismo todos ellos aseguran que volverían para poder ayudar en lo necesario y apuntaron que toda ayuda que se pueda ofrecer es poca. Hará falta que pasen muchos años para que Perú se recupere de este golpe. Cabe remarcar que los voluntarios no fueron a Perú expresamente para ofrecer su ayuda tras el terremoto sino que se encontraban allí realizando un voluntariado para el que se habían preparado durante un año y que entran en el planing anual de la agrupación Mallorca Missionera, agrupación que depende del Bisbat de Mallorca y se dedica a enviar cada año a misioneros y voluntarios a países en vías de desarrollo.