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PEP ROIG El mar también es tragedia y está lleno de muertos; y el de Mallorca ha sido tumba propicia. Es fácil morir o desaparecer en una isla, porque hay mar y costa suficiente cerca para hallar el lugar perfecto.

El cap Blanc, por ejemplo. Basta dar un paso, darle al pedal del acelerador del coche para lograr la caída libre hacia lo definitivo, sin posibilidad de arrepentimiento o vuelta atrás.

Cala Domingos, una pequeña playa también va bien para morir. Y lo ha sido para Sara Cooper, la madre de la niña Gianna, la niña que sigue viva tras caer desde el quinto piso del hotel en el que se hospedaba.

Pero la prensa sensacionalista británica se ha quedado sin la historia paralela al caso Madeleine (la niña desaparecida el 3 de mayo en la zona turística del Algarve portugués) porque la ausente ha sido la madre y su cuerpo ya está presente. La media docena de periodistas británicos, desplazados a la isla para el seguimiento del caso, tendrán que variar el guión porque el que tenían preconcebido ha perdido fuerza, y puede que haya quedado en simple tragedia familiar, desposeída del atractivo que el misterio otorga.

El episodio de la aparición del cuerpo de la mujer flotando en una cueva de la cala no ha sorprendido a los mallorquines de raigambre.
Saben que esas cosas pasan, y que el mar sigue diversas pautas, aunque previsibles. Muchos esperaban que el cuerpo de la británica aparecería al cabo de pocos días, como ha ocurrido, porque no hubo demasiada parafernalia para el supuesto suicidio. Como en el Cap Blanc: un paso basta para el viaje sin retorno, pero cerca y en un lugar accesible, que no siempre es así.

La historia de desaparecidos en la isla está jalonada de misterios e incógnitas. Porque en el caso actual existe el elemento tangible para la, o las, hipótesis. Más difícil es fijar con precisión qué ocurrió aquella noche, entre Ciutadella y Mallorca con el velero «Orgía» y sus cuatro tripulantes. Tres semanas antes, el propietario del barco, el periodista Antonio Torres había definido su barco como «insumergible».

Lo hizo en el transcurso de una frustrada jornada de pesca en la que hubo que buscar refugio en Portals Vells, porque el temporal no daba opción a imprudentes e innecesarias aventuras. «Si algún día me sorprende el temporal, me ataré en la cabina y navegaré al pairo. Si la ola vuelca la barca, sólo hay que esperar que se enderece sola», aseguró.

Pero el temporal puso más que el velero, o por lo menos es lo que se intuye. Salieron desde el puerto de Ciutadella tras haber cenado en un restaurante del puerto, frecuentado por pescadores. Éstos les advirtieron que no salieran, que el mar mantenía la flota amarrada.

Esos mismos pescadores vieron enfilar el «Orgía» hacia la bocana del puerto. Desde entonces, no se ha hallado el mínimo rastro del velero ni el de sus cuatro tripulantes. Desde octubre del 82, han pasado 25 años. Y uno menos desde que desaparecieran los cuatro tripulantes, dos hombres y dos mujeres, de un «llaüt», en las inmediaciones de la isla de Cabrera a donde habían ido a bucear. Tampoco ha habido rastro de la barca ni de sus ocupantes.

También entonces, como ahora, hay quien ha relacionado este asunto, con el de la desaparición, el día 9, de Jacqueline Tenant, en Can Picafort, y la de Margalida Bestard, el día 10, en s'Arenal de Llucmajor, de las que hasta el momento no se tiene el menor rastro. La única relación posible entre estas dos en que, como Sara Cooper han desaparecido cerca del mar, aunque nada tienen en común las posibles circunstancias.