La acusada, durante el juicio que se celebró en la Audiencia.

TW
0

El 27 de agosto de 2011 un joven de 25 años llamado Francisco Coll fue degollado en su apartamento del edificio Pullman, en Cala Major. Misteriosamente, su fiero perro pit bull no lo defendió, presumiblemente porque conocía al asesino. O asesina. La pareja de Francisco, Verónica de Dios, ingresó en prisión y fue juzgada como supuesta homicida, pero un jurado la declaró 'no culpable'. Esta es la crónica de un caso que supuso un duro golpe para el Grupo de Homicidios de la Policía Nacional, que tenía unas estadísticas del cien por cien de efectividad hasta que se topó con el crimen de los Pullman.

Esa tarde, Verónica contó que bajó a la calle en torno a las siete y estuvo unos tres cuartos de hora fuera del apartamento que compartía con su novio. Fue a una tienda y después estuvo en la zona de la piscina. Según manifestó, cuando regresó a la vivienda que ambos compartían, se encontró a la víctima ya muerta. Entonces salió al balcón y comenzó a pedir ayuda. Varios vecinos subieron y avisaron a la policía. Una ambulancia también acudió al lugar de los hechos pero no pudo reanimar a la víctima. Sin embargo, las investigaciones posteriores del Cuerpo Nacional de Policía arrojaron numerosas inconsistencias en la declaración de la joven de 26 años, que quedó detenida.

Inicialmente los investigadores sospecharon que la detenida había degollado con una navaja o un cuchillo de pequeño tamaño a su novio, con el que convivía desde aproximadamente un año y medio. Después se había deshecho del arma y al cabo de una hora subió de nuevo a la vivienda y pidió ayuda. A medida que el Grupo de Homicidios avanzaba en las pesquisas se descubrió que la detenida, su exnovia y la víctima formaban un triángulo conflictivo, y según algunos de los vecinos las discusiones eran frecuentes en el apartamento.

Momento en el que la Policía Nacional se lleva detenida a la novia del asesinado.

Verónica siempre sostuvo su inocencia y tras quedar en libertad volvió a ser detenida. Finalmente, se sentó en el banquillo de los acusados, ante un jurado popular. Era en diciembre de 2014 y dos presas que habían estado con ella en prisión reconocieron que les había confesado el crimen. Pero al final, los miembros del jurado emitieron un veredicto de 'no culpable'.

«Quien lo hizo está en la calle y yo y la familia de Francisco, aquí sufriendo», proclamó Verónica. En la última sesión de la vista, la fiscal insistió en su petición de quince años de cárcel para la acusada. Sostuvo que no hay dudas de que fue la autora del crimen. El Grupo de Homicidios pensaba lo mismo.

La acusada mira a la cámara, en la última sesión del juicio.

La acusada de matar a su novio usó su turno de última palabra para afirmar que estaba superada por la situación: «Me caí en un pozo sin fondo porque me arrebataron lo que más quería y además me acusan. Le echo mucho de menos».

Expresiones similares aparecieron antes en el juicio, al reproducirse las conversaciones telefónicas que la policía interceptó de la acusada tras su primera detención. «Dios mío, que pase ya». En esas conversaciones no hay ningún indicio de su participación en el crimen, algo que la defensa interpreta como una señal de su inocencia. La Fiscalía ve otra explicación: la acusada intuía que le habían pinchado el teléfono y era cauta.

A día de hoy, con el caso cerrado y la acusada absuelta, el asesino o asesina de Francisco anda suelto. Y la misma pregunta que se formularon los investigadores sigue vigente: ¿Quién degolló al joven y por qué no intervino su pit bull?