El periódico El Caso, a través de su redactora estrella Margarita Landi, fue de los pocos medios que informó con detalle del terrible crimen.

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Fue un crimen atroz, aunque la censura franquista impidió que los medios de comunicación dieran una amplia cobertura de la noticia. En 1971, un cura mallorquín llamado José Prat Balaguer, de 53 años, llevó engañado a su monaguillo de 9 años a la sacristía de una parroquia de Sagunto (Valencia) y le asestó 47 puñaladas. El cura fue condenado a 17 años, pero el escándalo fue mayor cuando décadas después salió a la luz que en realidad solo había cumplido seis y que tras el castigo no había sido excomulgado, como se había anunciado, y había vuelto a ejercer como religioso en Lleida.

Francisco Calero Navalón era el segundo de tres hermanos y el único varón. Su padre era minero y había fallecido de silicosis seis años antes, cuando él era muy pequeño. Su madre, Isabel Navalón, que por entonces tenía 28 años, quedó viuda y tuvo que ponerse a limpiar en casas para mantener a la familia.

Cuando le ofrecieron la posibilidad de que 'Paquito', que era el diminutivo por el que todo el mundo conocía a Francisco, entrara de monaguillo ayudante de un cura, ella vio el cielo abierto: Su hijo no frecuentaría malas compañías y estaría protegido por el clero.

De forma paralela, José Prat Balaguer se había hecho cargo de la parroquia de Nuestra Señora de Begoña del Port de Sagunto, en Valencia. El padre José Prat era mallorquín de Inca, había nacido en 1917, estudió farmacia y combatió en la Guerra Civil, de la que recordaba a menudo episodios espeluznantes.

Se ordenó sacerdote en 1951 y ejerció el ministerio en La Habana, en Tegucigalpa y en una parroquia del barrio de Brooklyn de Nueva York. Desde enero de 1971, a causa de la muerte del titular, oficiaba de párroco en funciones en Sagunto. Tenía fama de estricto y parece ser que se obsesionó con el pequeño 'Paquito'.

El martes 2 de marzo de 1971 enloqueció. Deambuló por la Plaza de la Alameda, junto a la iglesia, y a las seis de la tarde entró en el colegio Ramón Gamón, donde estudiaba el monaguillo. Con la excusa de que lo necesitaba, lo sacó de clase y los dos se dirigieron a la parroquia. A las siete empezaba la misa diaria.

En la sacristía tuvo lugar un auténtico baño de sangre. El religioso se abalanzó sobre el niño y lo intentó estrangular. Después le golpeó con un pesado cenicero metálico y finalmente le apuñaló de forma repetida con un abrecartas en forma de espada. Los médicos y el forense contabilizaron hasta 57 cuchilladas, algunas de ellas mortal de necesidad.

Pese a la carnicería, el menor llegó con vida al sanatorio de Altos Hornos, pero falleció al poco tiempo, desangrado. El cura homicida, tras el crimen, se cambió de ropa y cuando se iba a entregar a la policía se topó con otro compañero mallorquín, Jaime Pons, que quedó horrorizado al descubrir lo que había pasado. Algunas informaciones de la época hablan de que Prat, antes, había intentado deshacerse del cadáver lanzándolo a un pozo ciego.

El sacerdote de Inca insistió en que había sufrido un episodio de enajenación mental transitorio. Quedó detenido y pasó tres días en el Palacio Arzobispal de Valencia, protocolo habitual por aquella época. Luego, ingresó en la Cárcel Modelo, en Barcelona, y el 10 de noviembre de ese año fue juzgado. El fiscal pedía para él la pena de muerte, pero al final fue condenado a 17 años de prisión. 300 personas siguieron el juicio en la calle, expectantes.

La vista fue a puerta cerrada, pero el religioso parece ser que en su declaración comentó que el pequeño asesinado "era demasiado guapo". El terrible crimen de la sacristía indignó al Port de Sagunto, y las procesiones fueron suspendidas hasta 2012, cuando se retomaron. En 2007, una vecina fue multada con 696 euros porque realizó una pintada en la iglesia recordando el crimen de 'Paquito'.

El escándalo llegó hace unos años, cuando un mallorquín escribió un libro sobre religiosos y salió a la luz que José Prat, tras cumplir una pequeña parte de la pena, fue readmitido por la iglesia y ejerció como vicario en un pueblo de Lleida, donde nadie conocía su oscuro pasado. Murió en 2002, a los 85 años de edad. En el Port de Sagunto, 53 años después, la mayoría de vecinos recuerda aún aquel fatídico 2 de marzo de 1971, cuando el cura de su parroquia se ensañó con el monaguillo de 9 años.