Vicenç Matas afirma que ya se ha dado carpetazo a otra Mallorca, la de su infancia. Nada nuevo. Cada generación crea su ciudad y su paisaje. O sus múltiples paisajes. El urbano, el laboral, el ético. No obstante, entre la Mallorca que forma parte del acervo sentimental de Matas y la actual, media un abismo. Han pasado cosas que le han dado la vuelta como si se tratara de un calcetín. El cambio de estructura económica y el abandono del campo como fuente de riqueza, la inmigración masiva, el colonialismo lingüístico y cultural, etcétera. Pese a ello, Vicenç Matas reitera que no siente añoranza del ayer. Sólo recuerda. Vale, pues que continúe recordando con aportaciones tan espléndidas como la de "Mirar per veure, viure per mirar". Ver y vivir para recordar. La fotografía tiende a convertirse en literatura. Y las de Vicenç Matas no son una excepción. Sus fotos tienen continuidad narrativa, pues evocan formas de ser o de vivir que van más allá de lo que muestra la imagen. Me quedo, del libro, con los recuerdos de la Gerreria. Una puerta cerrada; los peldaños de escaleras humildes con azulejos policromados; el paisaje de ciudad vencida, visto desde un solar allanado, con un fondo de chimeneas y de casas desvencijadas. O Can Salat: la visión, a través de una ventana, de unos hombres ociosos probablemente jugando a cartas. En donde estaba Can Salat, en la Porta de Sant Antoni, no sé lo que hay. Tal vez un banco, pues las oficinas bancarias se han convertido en los sustitutos naturales de los bares que uno lleva en el alma. En Palma, los bancos han devorado bohemia a dos carrillos. Afortunadamente, los fotógrafos se les han adelantado. En buena parte gracias a ellos, Mallorca ha salvado la memoria. Tanto en su mirada como en su sonrisa se evidencia la más palpable huella del paso del tiempo, el escepticismo. No obstante, se considera un memorión sin nostalgia. Y un usuario entusiástico de las nuevas tecnologías aplicadas a la imagen. Vicenç Matas (Tortosa, 1942) es fotógrafo y fue cámara del Centre Territorial de TVE en Balears. Ha publicado un libro de fotografías: "Mirar per veure, viure per mirar" (Miquel Font Editor, 2009). Es un cazador de imágenes. O de vida. O de historia. Le pregunto qué oficio pone en sus tarjetas de visita. Me responde:
Vicenç Matas.- Ninguno. Pero me identifico por igual con la fotografía y con el video. Tanto la imagen estática como la móvil me suponen una escuela permanente de conocimientos. Y esto es lo que motiva mi trabajo: ver, aprender, conocer.
Llorenç Capellà.- Este interés por todo se refleja en su libro.
V.M.- Es cierto. Me detengo ante lo que me motiva. Tanto pueden ser los azulejos de una escalera como una puesta de sol. Además, he tenido la inmensa suerte de conocer artistas, intelectuales...Y he podido colaborar con ellos. O me han permitido que les fotografiara. Insisto en lo que ya le he dicho: tengo necesidad de aprender. Tal vez sea porque no fui a la universidad.
L.C.- ¿Por motivos económicos...?
V.M.- En parte, sí. Mi padre fue militar y, luego, al jubilarse, payés. Somos cuatro hermanos y un sueldo no da para excesivas alegrías. Aún así, empecé la carrera de perito agrícola, porque una de mis vocaciones es la agricultura. Pero aquellos estudios eran excesivamente técnicos. No me interesaron. Así que trabajé en el huerto familiar del Pla de na Tesa.
L.C.- A la vista está que fue algo temporal.
V.M.- Porque seguí el consejo de mi padre. Se daba cuenta de que mi futuro no estaba allí. Y me lo dijo. Por otra parte, el campo mallorquín sólo admite el payés de media jornada. Los que presumen de payeses, no me la cuelan. Plantan un olivar o tienen viña... Sí, sí. Pero le dedican media jornada. La otra media la pasan dando clases en la Universidad o trabajando en la Administración. Hago hincapié en esto, porque la gente reivindica el mundo rural.
L.C.- ¿Le sabe mal?
V.M.- Qué va. Pero una cosa es reivindicarlo como tema artístico y otra muy diferente es hacerlo desde la praxis diaria. Los productos del campo no tienen salida en el mercado. Y sin mercado, no hay ni presente ni futuro. Yo resido en Binissalem. Pues bien, ya nadie de allí vive exclusivamente de la agricultura.
L.C.-Y usted lo lamenta, supongo.
V.M.- No. ¿Por qué...? El proceso es irreversible. El trabajo del agricultor es muy duro.Y nadie quiere dejarse la piel por unos beneficios que, además de escasos, pueden esfumarse con una helada o una tormenta. ¿Sabe hacia dónde orienta su vida el agricultor vocacional...?
L.C.- No, francamente...
V.M.- Hacia la jardinería. Y si puede colocarse de jardinero en alguna institución pública, mejor que mejor. Tiene un sueldo fijo y un trabajo que se atiene a un horario preestablecido.
L.C.-...
V.M.- Los únicos cultivos productivos del campo son los de invernadero. Pero quienes cuidan los invernaderos no son mallorquines. Son marroquíes, argelinos... La cultura del esfuerzo no está de moda.
L.C.- Será en el campo.
V.M.- Por norma general, en cualquier trabajo. Se va a lo fácil. Los hay que tienen una gran facilidad para montar empresas o empresitas. Y ganan mucho dinero en pocotiempo y, luego, las cierran. Este espíritu es el que ha primado entre ciertos constructores. Y entre los propietarios de chiringuitos y restaurantes. Ganan y cierran: ganan y cierran. Si destruyen paisaje y medio ambiente se quedan tan frescos. No es su problema
L.C.- De "Mirar per viure, viure per mirar" se desprende un mensaje de despedida de un mundo que se desvanece.
V.M.- Y lo hay. Pero no lleva implícito ningún tipo de nostalgia. El mundo ha cambiado. Y cambia sin cesar, admitámoslo. Yo lo noto en mi propio oficio. El fotógrafo, actualmente, dispone de unos medios que eran impensables treinta años atrás. Ahora, en tres minutos, una fotografía llega al otro extremo del mundo. Y no sólo evoluciona la tecnología, sino todo, todo...
L.C.- Le recuerdo en sus comienzos.
V.M.- Con qué rapidez han pasado los años ¿verdad...? Hacía fotos a todo aquello que formaba parte de mi entorno afectivo y cultural. Con una Super 8 grababa las fiestas patronales, los mercados, los oficios tradicionales... Me interesaba todo aquello que era manifestación de vitalidad popular. El baile de las àguiles, de los cossiers, de los cavallets... Y recuerdo que en cada pueblo había un desconocimiento total de lo que hacían los del pueblo de al lado.
L.C.- ¿Me pone un ejemplo...?
“Muchos vecinos de Montuïri vieron bailar por primera vez a los cossiers de Algaida a través de mi película. Y viceversa. Recuerdo que en Algaida gustaban más los de allí porque apenas levantaban los pies del suelo. En cambio, en Montuïri, se sentían orgullosos de la fortaleza y agilidad de los suyos.â€
L.C.- ¿Hemos pulverizado la velocidad, el tiempo...?
V.M.- Probablemente. Aunque las cosas han cambiado porque es inevitable que cambien. Y uno se adapta al presente o se queda en fuera de juego. Yo me decidí por aceptar el envite. Estoy al día en todo. Y me apasionan los constantes avances en imagen que se hacen a través de ordenador.
L.C.- Las fotografías de su libro evidencian una voluntad narrativa...
V.M.- Pero no presumo de escritor. Pese a que soy un lector empedernido desde que, en los Teatinos, el Padre Cabot me dio a leer "La minyonia d'un infant orat", de Riber, y las narraciones de Salvador Galmés. Me enamoré tanto de la palabra que pongo en duda aquello de que una imagen vale más que mil palabras. ¿Qué quiere que le diga...? A veces puede que sí, pero no siempre. Por esto, en "Mirar per veure, viure per mirar", hay una leyenda al pie de cada fotografía. Lo he hecho para evitar ambigüedades. Consigo que mis imágenes reflejen lo que yo realmente quiero.
L.C.- La foto del tramo de la "síquia de la Font de la Vila", ya devorado por la construcción,
es lacerante.
V.M.- Me la sugirió Guillem Rosselló Bordoy. Me advirtió: lo destrozarán... Estaba en la carretera de Valldemossa, en lo que ahora es Carrefour. Y lo destrozaron. En su lugar hay columpios y bancos para sentarse a tomar el sol. Es una pena. Como lo es, una pena, la destrucción de Son Espases. O la desaparición de tiendas emblemáticas de las calles Colom y Bastaixos. ¿Cómo no se dan cuenta de que destruyen patrimonio...? Las tiendas actuales son idénticas a las de Londres o Berlín.
L.C.- ¿Duele la Mallorca actual...?
V.M.- Me niego a aceptarlo. Aunque si escribir es llorar, fotografiar también lo es. Por una parte, es cierto que el aumento incontrolado de la población ha cambiado la Mallorca de mi infancia. Pero no idealicemos el pasado porque, en los años cuarenta y cincuenta, vivíamos en una terrible pobreza. Recuerdo, como algo normal, las visitas de despedida que nos hicieron diferentes amigos de mis padres. Se iban a Sudamérica. Emigraban.
L.C.- Ustedes vivían en la calle del Socors...
V.M.- Cerca del Forn de ca n'Esteve, del bar de can Benet... He conocido al Rubio, al Che... Si algún día me pierdo por allí, los gatos más viejos y roñosos aún me saludan. Pero voy raramente, porque en los edificios actuales no reconozco la Gerreria. Ya no hay cafés, ni lecherías, ni colmados. Ahora hay pisos y gente anónima. Y nada queda del entramado social. ¿Sabe por qué vivo en Binissalem...?
L.C.- Dígamelo.
V.M.- Porque los vecinos me saludan. Y cerca de casa tengo un colmado, un café... Si ahora me dicen que me quede con un recuerdo de la calle del Socors, no dudaré en decirle que me quedo con la vida. El barrio estaba lleno de vida ¡una gloria...! Por esto me siento afortunado de haber vivido allí, pese a que habitábamos en un piso sin agua corriente y mi madre tenía que lavarme en un barreño.
L.C.- Ha nombrado al Rubio, al Che...
V.M.- El Rubio vendía chucherías. El Che, helados... De ambos guardo un recuerdo entrañable. Y de todos los personajes pintorescos. Una anciana compartía unos bajos con las gallinas y los conejos. ¡Imagínese como estaban los muebles...! Y en la lechería, el comprador podía escoger entre la leche más clara o la más espesa. Mi madre me enviaba a comprarla...
L.C.- ¿Y cuál compraba...?
V.M.- La barata, que era la más clarita. Solo bebía leche de calidad, recién ordeñada, cuando íbamos al Pla de na Tesa, de visita casa de los abuelos. ¡En fin...! Mis recuerdos de la infancia son muy nítidos. Unos vecinos veraneaban en el Molinar y, a veces, me llevaban con ellos. Todo el Portitxol era virgen, era zona de juegos... ¿Sabe que es "fer arròs"...?
L.C.- Supongo que no.
V.M.- Jugábamos con canicas. Y los niños mayores, si nos veían distraídos, nos las sustraían. A eso se le llamaba "fer arròs". Tampoco sabrá lo que es jugar a "misseta".
L.C.- No.
V.M.- Hacíamos un pequeño hoyo en la tierra. Y con el brazo horizontal, dejábamos caer una canica en perpendicular. Quién la introducía en el hoyo, ganaba.
L.C.- ¿A cuántos gatos o perros apedreó?
V.M.- ¡Si le contara...! Lo mío eran los gatos. Íbamos en pandilla al mercado, que estaba en la Plaça Major. Hacíamos flechas con varillas de paraguas, les disparábamos con un arco...Y las "peixateres" la mar de contentas, porque los gatos eran ladrones. De tarde en tarde nos premiaban con unos cuantos "gerrets" envueltos en papel de estraza.
L.C.- ¿Se reconoce cruel?
V.M.- Qué va. Por encima de la crueldad prevalecía el sentido del juego. ¿Que el juego llevaba implícita una carga de violencia...? ¡Seguro que sí! Salíamos de una guerra. Cada noche, antes de conciliar el sueño, rezaba para que no hubiera otra.
L.C.- ¿Y qué sabía, usted, de la guerra?
V.M.- Nada de nada. Pero padecía las consecuencias. Recuerdo haber ido a comprar azúcar con la cartilla de racionamiento. ¡Y cómo me gustaba el azúcar...! Pero era un lujo. Como lo era el pollo. En casa sólo lo cocinábamos en los días importantes. Y conste que nosotros no pasamos excesivas estrecheces, porque visitábamos a los abuelos y nos llenaban la cesta.
L.C.- ¿En el huerto...?
V.M.- Sí, en Can Vedó. Aunque casi toda la producción era para vender. ¡Aquel carro, repleto de fruta y verdura...!
L.C.- ¿Qué se hizo de Can Vedó?
V.M.- A la muerte de los abuelos se dividió entre los hermanos. Mi padre se retiró del ejército y se instaló allí. Fue de los primeros payeses que utilizó el plástico para conseguir cosechas primerizas.
L.C.- ¿Le ayudó usted...?
V.M.- Qué va. Por aquellos años estudiaba en el instituto Ramon Llull y tuve la inmensa suerte de que uno de mis profesores fuera don Francesc de Borja Moll. Era un sabio. A la salida de clase me las ingeniaba para acompañarlo hasta su casa, en la Plaça d'Espanya. Disfrutaba de oírle hablar con aquella sencillez, con aquella claridad... En una de tantas lecciones... ¿Se lo cuento?
L.C.- Sí, por favor.
V.M.- Yo debía de estar en la edad del pavo y le recité el poema de Gutierre de Cetina. Ya sabe, lo de "ojos claros, serenos,/ si de un dulce mirar/ sois alabados...
L.C.- Vale.
V.M.- Entonces me dijo que en catalán había un poema que decía lo mismo y que era, en calidad, muy superior al de Cecina. Y se puso a recitar aquello de "Vós que amb so mirar matau, / matau-me sols que em mireu,/ que m'estim més que em mateu/ que viure, si no em mirau".
L.C.- ¿Y...?
V.M.- Quedé alucinado. Recordándolo, aún siento escalofríos.
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Vicenç Matas: «La cultura del esfuerzo no está de moda»
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