El joven comenzó practicando la floricultura. | Pep Córcoles

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Hoy en día es noticia que un joven de 22 años se quiera dedicar a la agricultura en Mallorca. Esta isla es el paraíso del turismo y desde hace años se antoja casi el motor exclusivo de la economía local. No quedan muchos payeses menores de 50 años pero Tomeu Miquel Prats, de Inca, a sus 22 años, quiere ser la excepción a esta norma no escrita.

«Yo quiero ser payés, –afirma con rotundidad–, No me gusta trabajar en otra cosa. El campo es salud, es felicidad. Me llena ver como de mi solo esfuerzo, con mis manos, hago brotar vida que da frutos útiles para los demás. Otros profesionales transforman materiales o especulan con papeles y valores; los agricultores creamos a partir de la tierra y el agua», explica.

Tomeu tiene muy interiorizada su filosofía de vida que supone la agricultora y lo tiene claro desde niño. Lleva ya dos años dedicándose profesionalmente al campo. La vocación le viene de sus abuelos pues sus padres no se dedican al cultivo. Su padre era herrero y su madre vendedora de flores. «A mí me apasionaba el campo y fue el oficio de mi madre lo que me hizo decidir. Ella compraba flores para hacer ramos y vender. Yo pensé que ciertas flores se podrían cultivar en la finca de mis abuelos y conseguir un mejor beneficio», cuenta el joven.

Comenzó practicando la floricultura, pero desde hace un tiempo ha ampliado su actividad a las verduras y hortalizas. «También he arreglado el viejo huerto de naranjos de los abuelos y los he puesto en producción», agrega orgulloso.

En la finca s’Hort de can Tomeu, de unas cuatro quarterades (algo menos de tres hectáreas) y situada en el paraje rural de s’Avancar, el joven agricultor siembra tomates de ramellet y de ensalada, lechugas, pimiento blanco y pimiento de asar, naranjas y también flores que, en la actualidad se encarga de vender en el mercado su hermana Rocío, unos años mayor que él.

Los dos hermanos acuden cada domingo al mercado de frutas y verduras que se celebra en la plaza des Bestiar de Inca. Allí venden el fruto de su trabajo.

«A mi me gustaría llegar al nivel de producción suficiente como para poder tener un puesto de venta al por mayor en el situado de payeses del mercado central Mercapalma; aunque de momento me conformo con la venta en el mercado local y a través de la cooperativa payesa de Inca de la que soy socio colaborador», sentencia. Tomeu vende las frutas y hortalizas de su huerto mientras que Rocío se encarga del puesto de flores; preparando ramos y recogiendo pedidos.

El novel agricultor se siente también algo frustrado con «las trabas que encuentra quien se quiera dedicar al campo», según explica. Comparte la opinión de muchos veteranos y asegura que «es normal que los jóvenes, sin mi motivación, no quieran saber nada de la agricultura. Todo son trabas y papeles, gastos e inconvenientes oficiales. Sólo tramitar las autorizaciones para construir mi invernadero han supuesto unos 4.000 euros. Luego me topo con normativas que me impiden usar productos que en otros lugares utilizan. Yo tengo que pagar más para producir y sufro la competencia de productos extranjeros cultivados a un coste muy inferior», finaliza, una reinvindicación que han puesto las organizaciones agrarias sobre la mesa.