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Se acaban de cumplir dos años desde que empezaron, modestamente, la aventura de convertirse en sus propios jefes. Es otra pareja -ya han pasado unos cuantos por esta página- que, tras un buen aprendizaje, decidió iniciar su propio negocio en una zona todavía asequible. Justo Miquel, catalán de Barcelona, y Paulova Sastregener, mallorquina, plantaron sus reales en el local donde anteriormente había estado el bar Karin, en una calle próxima a la plaza de toros. Una zona que está adquiriendo paulatinamente un nuevo sesgo, atraído por jóvenes emprendedores deseosos de encontrar su propio hueco en el exigente mundo de la restauración.

Un par de años después, han consolidado una clientela de desayuno y llonguet ilustrado por la mañana y a mediodía -no abren por la noche-, de un público atraído por una propuesta bien trabajada en la que reinterpretan recetas de la cocina catalana clásica y mediterránea. Justo Miguel consolidó aprendizaje en su paso por Casa Maruka -siempre un buen referente-, y en la cocina más aventurera y arriesgada de Clandestí. Credenciales que le han servido para desarrollar y pulir platos en los que da muestras de originalidad sin perder de vista la tradición. Da buena prueba de ello en muchas de sus sugerencias, tanto las tapas como los platos más contundentes. Probamos una deliciosa ensaladilla, de primera por su jugosidad y lo bien mezclados que estaban sus componentes con la mayonesa (4,5€), y unos callos cortados en trozos muy pequeños, ligeramente caldosos, a los que un suave toque picante los convertía en un verdadero manjar. Una tapita para abrir boca, espléndida en elaboración y en precio (6,5€). Lo mismo que unas sabrosas sardinas escabechadas en una muy potente salsa catalana -no nos revelaron qué vinagre habían utilizado- sobre unas rebanadas de pan moreno recién tostado.
Como plato principal, tomamos un estofado de sepia con patatas en salsa de alioli muy bien ligada, que hizo que todo el conjunto se deshiciera en la boca. Un guiso, sin sofisticaciones, que puede resultar espléndido -como fue en nuestro caso- si se ha elaborado con el tiempo necesario para que todos sus componentes adquieran la melosidad y textura que necesitan (14,5€). En sus platos «que van y vienen», que van rotando en la pizarra del restaurante, aparecían otros de enunciado igualmente atractivo: berenjena hoisin con burrata; arroz meloso con gambas y cigalas; arroz negro con calamarines; suquet de peix a la marinera; pies de cerdo con puré, popular en la cocina tradicional catalana de donde procede Justo Miquel. En fin, propuestas de un cocinero que da muestras de que su cocina tiene calidad y aspiraciones que superan la modestia del discreto -aunque cómodo- local en el que están instalados. Los postres son también de elaboración propia. Disfrutamos con un excelente pastel de quesos -cabra y semicurado menorquín-, y una buena tarta de trufa.
Sus vinos, bastantes bio o ecológicos, mallorquines y de zonas poco valoradas pero

de calidad, a precios casi olvidados tras la locura en la que han entrado tantos restaurantes de supuesto postín. Cubertería y menaje bastante normales, y el servicio en mesa por parte de Paulova -bello nombre que le pusieron sus padres en homenaje a la gran bailarina rusa-, impecable, por atención, sencillez y simpatía. Salimos más que satisfechos, con el deseo de regresar (yo ya lo he vuelto a hacer) para probar algunas de las atractivas propuestas que quedaron pendientes.