A diez kilómetros de Llucmajor, hoy se llega por una carretera asfaltada, pero en los años setenta -como reza un anuncio de la época colgado en sus paredes-, todavía había que encontrar el cruce de la carretera militar con el camino del Cabo Blanco, próximo al poblado prehistórico de Capocorb Vell, para situarlo. El exterior, presidido por una enorme araña de metal estilo Louise Bourgeois, tiene un magnífico emparrado de ramas de pino para dar sombra a la terraza, con cómodos sillones de rejilla. El interior, sobrio y acorde con la decoración de décadas atrás, resulta acogedor en el tiempo frío gracias a sus estufas. En Ca’s Busso no hay que buscar sofisticaciones en la puesta en escena. Manteles y servilletas de papel, y discreta vajilla y cubertería. Ahí se va a disfrutar de esos platos típicos del recetario isleño, algunos claramente más logrados que otros, pero casi todos bien elaborados. Buen frito, manitas de cerdo, lengua con alcaparras, porcella al horno de leña, callos, caracoles…
El día de nuestro almuerzo, domingo, y con la preceptiva reserva, porque éramos un grupo amplio y suele haber problemas para conseguir mesa, decidimos probar varios de sus clásicos que han mantenido en carta desde los inicios. Por orden de satisfacción, tenemos que destacar unas soberbias burballes servidas en cazuela de barro, con los mismos ingredientes con los que elaboran el arroz brut. Con conejo, cerdo, pollo y muchas verduras y setas, preparadas a fuego lento con un buen caldo de gallina -que, por cierto, se mueven libremente por el exterior del lugar-. Las burballes son un tipo de pasta alargada, rizada o plana, originaria de Porreres, que absorben perfectamente la sustancia del caldo. Uno de los comensales de nuestro grupo comentaba con delectación que eran las mejores que había comido desde hacía años.
También nos gustó mucho el lomo con col y setas de cardo, que se notaban elaboradas con antelación, con la verdura adecuadamente impregnada. Y con nota, a juicio de los presentes, el frit de matanza. Una pena que se les hubieran terminado las manitas de cerdo, uno de los platos más demandados y que aquí conviene pedir. Me gustaron los callos, con adecuado equilibrio de componentes, aunque hubiera agradecido un poco más picantes. La porcella estaba sabrosa, si bien la piel estaba algo pasada de tostado. Para los muy carnívoros, sirven una parrillada especial que -tomen nota-, está compuesta de cordero, cerdo, media pechuga de pollo, butifarra, llonganiza…, casi imposible de terminar.
Delicioso y bien ligado el arroz de pescado, con abundantes trozos de calamar, sepia, mejillones, gambas y bogavante, que fue ganando enteros a medida que reposaba en la cazuela de barro. Pedimos para cuatro pero terminaron probándolo casi todos los miembros de nuestro grupo, e incluso alguno pudo llevarse un pequeño recipiente con lo que sobró.
Amplia oferta de vinos, bastantes de Mallorca, a coste razonable (AN2, 34€, el crianza de Ferrer, 23€, y Vi Rei, bodega cercana al restaurante), y algunos clásicos de Rioja algo pasados de precio (Muga, 42€, Murrieta, 40€, Pesquera, 48€)
Buen representante de la cocina tradicional mallorquina, con platos generosos y, en general, bien elaborados, adecuados para degustar entre varios comensales. Servicio dispuesto a pesar de que habían tenido bajas laborales el día en que les visitamos. Agradable terraza exterior y muy buena relación calidad precio.
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