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MIGUEL VIDAL «Algún día, si Brasil me necesita, me presentaré como candidato a la presidencia del país». Es difícil, en unas pocas cuartillas, condensar la vida de Edson Arantes do Nascimento «Pelé», considerado por los especialistas de todo el mundo como el mejor futbolista del siglo XX. De todas las conversaciones que yo he tenido con «O'Rei», recuerdo especialmente una mantenida en Nueva York en junio de 1975 y otra en Montevideo en enero de 1981. De todas las frases que tengo anotadas, que son muchas, y generalmente interesantes, he empezado con la que habla de sus aspiraciones políticas porque ser presidente de Brasil "ahora ya es ministro de Deportes" quizá sea lo último importante que le resta por hacer a Pelé, un hombre que a lo largo de su exitosa carrera ha hecho de todo. Ha conocido la miseria de su niñez en Tres Corazones y la opulencia en Santos, la discriminación y la estima, se ha codeado con escritores, actores, cantantes, reyes y presidentes hasta llegar a ser uno de los personajes más admirados y conocidos en el mundo entero. Porque, ¿quién no ha oído hablar, siquiera una vez, en cualquier rincón del globo terráqueo y hasta en la estación orbital MIR, de Pelé? El fútbol hizo de él su figura más universal. Especialmente a partir de 1969, 11 de noviembre concretamente, al marcar el gol número mil en su carrera profesional, acontecimiento enlazado con el título de campeón del mundo con Brasil en 1970 y ya posteriormente en junio de 1975 su «contrato del siglo» con el Cosmos de Nueva York: siete millones de dólares libres de impuestos.

Estos tres eslabones en su larga cadena de éxitos acrecentarían su colosal fama, aunque el último le costaría quizá su mayor disgusto personal: el divorcio de Rose Mary Cholby, la madre de sus hijos Kelly, Cristina y Edson. El «american way of life» acabó con una de las convicciones más firmes que tenía el ídolo brasileño antes de iniciar su aventura estadounidense como futbolista en activo: la familia.