18 de octubre de 1968. México Distrito Federal. Nunca nadie había
impresionado tanto como Bob Beamon. Eran los Juegos del «Black
Power» que convirtió en «malditos» a sus impulsores: Lee Evans tuvo
que buscarse trabajo en los Emiratos Àrabes, Jim Hines pide limosna
en San Francisco, Tommie Smith malvivía como profesor de gimnasia
en el Santa Mónica City College, Ron Freeman vendía apartamentos en
Pomona, New Jersey. También fueron los Juegos del estilo Fosbury
(su creador, Dick Fosbury, se retiró tras bajar del podio y ahora
trabaja como ingeniero de caminos en un pequeño pueblo de las
montañas Rocosas llamado Ketchum, en el estado de Idaho, que viene
del indio Edah Hoe y significa «luz de los montes»).
Fueron los Juegos de la irrupción africana del keniata Kipchoge
Keino, el tunecino Mohamed Gammoudi, el etíope Mamo Wolde
(condenado a muerte en Addis Abeba acusado de haber matado a
catorce soldados) y de tantas y tantas cosas asombrosas. En aquel
legendario México 68, Bob Beamon saltó 55 centímetros más lejos que
el récord mundial anterior, ridiculizando todas las marchas hechas
hasta entonces, y las que se iban a hacer en los próximos años.
Eran las cuatro menos veinte de una tarde que amenazaba tormenta.
Había mucho ozono en el ambiente y una presión muy baja. El viento
sopló en el primer ensayo de Bob Beamon justo al límite permitido:
dos metros por segundo. Ralph Boston, que tenía el récord anterior
junto a Igor Ter-Ovanessian en 8'35 metros, hubo de traducirle a
Beamon la medida decimal (esos famosos 8'90 metros) a pies y
pulgadas, para que este se diera realmente cuenta de lo que había
hecho. Explotó de alegría y sufrió un ataque de nervios.
Ataque de nervios que le ha durado prácticamente hasta que en
agosto de 1991, en Tokio, su compatriota Mike Powell, antiguo
alumno de la Universidad del Sur de Los Àngeles y residente en
Rancho Cucamonga (California), le batió el récord mundial (el
récord olímpico sigue en su poder) saltando ¡8'95 metros!. Cinco
centímetros que han bastado para liberar a Beamon y hacerle sentar
la cabeza.
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