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Independientemente de la catadura moral que envuelva al contencioso abierto pocos minutos después del espectáculo con más quilates que recuerda el baloncesto balear, Bàsquet Inca ha desperdiciado una oportunidad única para reflexionar de forma seriosa. Enfrascado en un quimérico viaje que le ha llevado a visitar todos los despachos de la Española, los árboles no dejan ver el bosque. En Manresa no hubo milagro y la única realidad tangible es que el Inca ha dado forma a un déficit inmenso: ha perdido siete de los diez últimos partidos que ha disputado.

Reclama la atención que el incesante goteo de derrotas que salpica al grupo mallorquín sólo se haya visto respondido con una impugnación que ha eclipsado demasiadas cosas importantes y que ha enturbiado sobremanera "una vez más" las relaciones Inca-Maó. Si hace unas semanas Drac Inca flirteaba con la cuarta plaza y el factor pista, el paso del Menorca Bàsquet por el Palau causó daños significativos. Acceder a los playoffs no está claro, pero el club no ha tenido otra respuesta que entablar un contencioso de imprevisible resolución.

Los números y el trayecto del Inca dejan claro que algo falla. De hecho, de un tiempo a esta parte, la escisión interna que vive la entidad prácticamente desde que se abrió el curso ha cobrado una dimensión gigantesca y ha dado forma a una situación surrealista que, de una u otra forma, ha afectado al plantel. José Antonio Artigas, por ejemplo, "conocido en algunos sectores del club como «El Demonio»", lleva tiempo sentenciado. Gran parte de la gestora aboga por su despido desde hace varios meses, pero sigue en la entidad.

Deportivamente, la situación del equipo se ha complicado hasta límites insospechados tras el paso del Menorca Bàsquet y las dudas se amontonan. Cronológicamente, a nadie se le espapa que la lesión de Kelby Stuckey ha marcado un punto de inflexión en la trayectoria del Inca. Era un jugador altamente productivo dentro de la pintura y su recambio "Lightfoot" no era lo que el equipo necesitaba.