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Desde que Nico López y Joan Piguillén diseñaron un proyecto común en Sóller, nadie ha vuelto a ver la luz en Balears. Aquella nómina de futbolistas que lideraba Àngel Pedraza ha sido la última en lograr el ascenso a Segunda B en una fase de ascenso, allá por el año 1997. La renuncia del filial del Barça le permitió al equipo del valle ingresar en la división de bronce, un coto privado para los clubes de la Comunitat. Sólo el Mallorca B es capaz de habitar en una categoría maldita y en la Isla se buscan soluciones: desde la liguilla interinsular, hasta el ascenso directo del campeón. El resto, es territorio prohibido.

El Orihuela paseó su potencial económico y deportivo por el Estadio Balear, en un ejemplo de la abismal distancia que existe entre los clubes insulares y los peninsulares. Los alicantinos cuentan con un presupuesto de 129 millones, un contraste evidente con los 14 (técnico y fútbol base al margen) del Atlètic Balears. Futbolistas profesionales, filiales obligados a subir y equipos que alternan la Tercera y la Segunda B con asiduidad, marcan la diferencia. Año tras año la historia se repite y el entorno se agota. Consumidas las tres primeras jornadas, sólo el Manacor tiene unas opciones tangibles de ascender, a pesar de que el Ciudad de Murcia ya es la referencia en el grupo.

Los clubes mallorquines se han posicionado y quieren resucitar el viejo proyecto de la fase entre equipos insulares, competición mimética a la que se desarrolla en Canarias. «Sería beneficioso para todos los equipos que quieren ascender», asegura Guillem Garí, presidente del Vilafranca. En idénticos términos se expresa Miguel Angel Gómez, que además agrega que «estamos muy solos porque la Federación no nos ayuda. Llevamos muchos años luchando para ascender y creo que la única alternativa válida es la de jugar una liguilla entre los mejores de Balears; saldríamos ganando en ingresos y potencial».