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El destino parece haber querido premiar todos los sinsabores que la vida ha proporcionado a uno de los jugadores más completos que el potente voleibol brasileño ha engendrado. Luis Alves Da Silva, «Lilico», llega al Son Amar con la finalidad de reivindicarse en una de las mejores ligas del mundo y repetir los éxitos de las tres últimas temporadas en las filas de la Universidade Luterana Brasileira, con la que ha tocado techo. Damià Seguí se fijó en la progresión de un hombre castigado por las circunstancias, pero que en doscientos centímetros acumula cantidades ingentes de voleibol sólo para los más exigentes.

A sus veintisiete años, «Lilico» se ha convertido en todo un icono para la población homosexual de su país. Después de reconocer esta condición en 1995, el opuesto siguió deslumbrando con remates que superan con facilidad los cien kilómetros por hora. Hasta que cuatro años después se cruzó en su camino Radamés Lattari, seleccionador nacional de Brasil. En 1999, cuando era máximo anotador, el técnico le cerró las puertas del equipo nacional que preparaba la Liga Mundial por su condición de homosexual. Lattari negó esa información y la vida de «Lilico» cambió de forma ostensible.

La nueva estrella del Son Amar firmó por el Nippon Stil japonés y brilló con luz propia, pero no pudo conseguir el título de Liga al perder ante el Suntory de su compatriota Gilson. Esa nueva frustración provocó su regreso a Brasil, donde militó en el Suzano. Pero una grave lesión y el deseo de pasar más tiempo con su pareja le llevaron a anunciar su retirada del voleibol. Sumido en una etapa delicada en lo personal, rompió con su pareja, dejó la Universidad e incluso pensó en el suicidio.