Con una altura de 5.156 metros, este imponente monte aporta una
mística especial a la zona y es trascendental para los armenios, un
pueblo milenario, de intensa, agitada y a veces maltratada
historia, cuyo corazón se reunirá el sábado en el estadio de la
República para ver a las figuras españolas. Si el Arca y Noé
simbolizaron la pervivencia del ser humano y de las distintas
especies, España intentará que esa mística le acompañe también para
encontrar el «milagro» del pase directo a la fase final de Portugal
2004. Iñaki Sáez, seleccionador nacional, es un ferviente católico.
Sabe que es difícil, pero también que los milagros futbolísticos
existen. Es una cuestión de esperanza, casi hasta de fe, porque
pocos piensan que Irlanda del Norte, que no ha marcado ni un gol en
esta fase clasificatoria, pueda impedir la derrota en el Apostolos
Nikolaidis ante un conjunto griego lanzado en pos de su regreso a
una gran competición, algo que tiene en la mano.
Por lo tanto, la lógica indica que España se verá abocada a
disputar la repesca, como reconoció el mismo Sáez, algo
inimaginable antes del fatídico mes de junio, en el que llegó la
derrota ante Grecia en Zaragoza y el empate en Belfast contra
Irlanda del Norte. Ese milagro que ansía la selección española
tiene como primera parte la victoria en Armenia, un país que ha
superado los diecisiete siglos desde su conversión al cristianismo,
difundido a partir del año 300 por obra de San Gregorio el
Iluminador, el santo que convirtió al rey Tiridate III y a toda su
corte. La Iglesia Apostólica Armenia (IAA), monofisista (Cristo
sólo tiene una naturaleza, la divina y es un hombre sólo en
apariencia), fundada en el primer siglo de nuestra era por los
apóstoles Tadeo y Bartolomé, vivió en disputa con Roma desde el año
491 hasta 1996, cuando el 'Catholicos' (máxima autoridad religiosa)
Karekin I y el Papa Juan Carlos II firmaron una «declaración
conjunta cristológica».
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